Los Dioses de la Lluvia
LOS DIOSES DE LA LLUVIA EN MESOAMÉRICA José Contel | ||||||||||||||||||||
El dios de la lluvia se llamaba Tláloc (o Tlálloc) entre los nahuas, entre los mayas se le conocía como Chaac (o Chaahk), para los zapotecos era Cocijo (o Cociyo), los mixtecos lo llamaban Dzahui (o Savui), los totonacas Tajín (o Aktsini). Desde luego, esta lista no es exhaustiva ya que en Mesoamérica había por lo menos tantos nombres de dioses o espíritus de la lluvia como idiomas o culturas. Tláloc, al que mejor conocemos, tenía al menos 26 advocaciones (Contel, 1999), cada una relacionada con su naturaleza o con sus funciones. No conocemos los nombres exactos de los dioses de las culturas más antiguas, pues para nombrarlos se emplean vocablos genéricos que remiten más bien a un concepto o a una imagen. IMÁGENES DE LOS DIOSES DE LA LLUVIA De todos los cronistas del siglo XVI, fray Diego Durán –en Historia de las Indias…– es el que describe de manera más “explícita” la imagen del dios azteca de la lluvia: “La estatua […] era de piedra labrada, de una efigie de un espantable monstruo; la cara muy fea, a manera de sierpe, con unos colmillos muy grandes”. Las palabras del dominico, si se hace caso omiso de las evidentes connotaciones peyorativas, hacen hincapié en algunos de los rasgos comunes a los dioses de la lluvia mesoamericanos. Coincide con numerosas representaciones de Tláloc, y en particular con una escultura de la Colección Uhde que se conserva en el Museo Etnográfico de Berlin. El rostro del dios está formado o cubierto por dos serpientes entrelazadas cuyos cuerpos forman la nariz retorcida y los ojos. Al juntarse, las fauces de las serpientes forman una boca con seis ganchos. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los rasgos del dios azteca, que comparte de forma casi idéntica con Dzahui, su correspondiente mixteco, pero también con sus predecesores, los Tláloc tolteca y teotihuacano, aparecen mucho más estilizados. Al resultar imposible hacer aquí una descripción completa, se pondrán sólo de realce algunos elementos característicos comunes y constantes. Entre esos rasgos destacan los anillos oculares o anteojeras, visibles también no sólo en los dioses antes mencionados, sino también en las representaciones de Cocijo. Los “ojos” están a veces adornados con volutas dirigidas hacia las sienes, como las de Chaac. El labio superior tiene la forma de un “bigote” y la nariz es serpentíforme. La boca y la nariz de Cocijo tienen el aspecto de una máscara bucal de ofidio. A veces, la banda labial se yergue para terminar en una simple, doble o triple voluta en forma de trompa, parecida a la de los llamados mascarones de Chaac, omnipresentes en la arquitectura sagrada maya del Clásico y el Posclásico. Chaac es identificable en particular por una cabeza con una nariz larga en forma de trompa y un rizo por encima de la nariz. La boca de todos estos dioses suele tener dientes o ganchos, con número y forma variables. La boca de Chaac a veces está desdentada y en los Primeros Memoriales (ff. 84r y 84v) se describe a Tláloc como a un viejo desdentado. Para terminar y a modo de transición, añadiré que los rostros-máscaras de los dioses de la lluvia también tienen que ver con su naturaleza o con sus principales atribuciones. Estoy convencido por ejemplo que el conjunto de la cara y cabeza de Tláloc representan nubes y lluvia, como tendremos la ocasión de comprobar más tarde. De momento, señalemos sólo que según el Códice Florentino (lib. II, cap. 25), el sacerdote de Tláloc que dirigía la procesión de la fiesta deetzalcualiztli, dedicada a Tláloc, llevaba la máscara del dios. Ahora bien, según aquella fuente en náhuatl, el sacerdote se ponía la quiyauhxáyac, la tlalocaxáyac, es decir, “la máscara de lluvia”, “la máscara de Tláloc”. Incluso en el calendario adivinatorio, el día quiáhuitl, “lluvia”, se representa precisamente con el rostro de Tláloc o su forma abreviada. ATRIBUCIONES PRINCIPALES Las atribuciones esenciales de los dioses de la lluvia mesoamericanos fueron perfectamente sintetizadas por Sahagún en un apartado dedicado a Tláloc: “Tenían que él daba las lluvias, para que regasen la tierra, mediante la cual lluvia se criaban todas las yerbas, árboles y frutas y mantenimientos. También tenían que él envíaba el granizo y los relámpagos y rayos, y las tempestades del agua, y los peligros del río y de la mar”. Es decir, Tláloc y sus correspondientes mesoamericanos encarnan todos los fenómenos meteorológicos relacionados con la lluvia o la tormenta. Son nubes, lluvia, rayos, relámpagos, truenos y corrientes de agua a la vez. Son fertilizadores, guardianes de los campos y proveedores de “todos los mantenimientos necesarios para la vida corporal” cuando su acción es benéfica, pero también pueden ser destructores cuando su acción es nefasta. A veces cuando se reúnen con los remolinos de viento, se convierten en huracanes, confundiéndose o fusionándose así con otros dioses. Los hacedores de lluvia, los regadores. Desde luego, la primera atribución de esos dioses era la de hacedores de lluvia. No sorprende que algunas de aquellas entidades llevaran un nombre relacionado con su actividad principal. Tláloc, o mejor dicho Tlálloc, según el ya muy conocido análisis de Thelma Sullivan (1972), significa literalmente “el que está hecho de tierra” o “el que encarna la Tierra”, vocablo que remite no sólo a su naturaleza terrosa o telúrica sino también a sus orígenes míticos. Sin embargo, como ya se señaló, tenía otros nombres o epítetos. Quiáhuitl, “Lluvia”, es precisamente otra de sus advocaciones, como señor del día quiáhuitl y como regente de la séptima trecena del tonalpohualli, ce quiáhuitl, 1 lluvia. Chiconahui Quiáhuitl, “9 Lluvia”, era el nombre que daban al dios de la lluvia en Cholula. Dzahui, el equivalente de Tláloc en la Mixteca, también significa Lluvia. El dios otomí Mu’ye, también es Lluvia. Entre los purépechas, el dios de la lluvia se llama Tirípeme Curicaueri; Tirípeme signi-fica “agua hermosa o divina” o “agua que se descuelga”, es decir, la lluvia. Finalmente, una de las numerosas traducciones propuestas para Chaac, según elDiccionario Cordemex, es “Lluvia” o “Aguacero”. Además, a los chaacob (plural de Chaac) se les llamaba también ah hoyaob, “regadores”, “rociadores”, “salpicadores” u “orinadores” (Thompson, 1982; Rivera Dorado, 1992). Son muchas las imágenes de los dioses de la lluvia en las que aparecen en la acción de regar. El dios B –según la clasifica-ción de Paul Schellhas; mejor conocido bajo el nombre de Chaac, y a veces asociado con la diosa lunar Ix Chel en el Códice de Dresde y en el Códice Madrid–, el mixteco Dzahui –en el Códice Tonindeye– e incluso el dios de la lluvia de Teotihuacan, aparecen numerosas veces vertiendo agua con jarras o simplemente sosteniendo un recipiente. También en una escultura en bajorrelieve de una caja de piedra que se conserva en el British Museum de Londres, Tláloc riega la tierra con una olla decorada con un chalchíhuitl, símbolo del agua preciosa. En la lámina 27 del Códice Borgia se representa a Tláloc regando y orinando. Una corriente de agua sale de la mano derecha, con la que sujeta una jarra con su efigie en la acción de regar, y tiene una serpiente en la mano izquierda, de la que sale otro chorro de agua; de entre las piernas del dios mana otra corriente de agua. En el Códice Madrid destacan las representaciones en las que se ve el agua que sale a chorros de los orificios naturales de Chaac y de otras entidades asociadas. Los dioses de la lluvia también eran concebidos como contenedores: eran nubes, cerros, cuevas, pozos naturales, caminos bajo tierra, llenos de agua. Por ello, desde el Preclásico hasta el Posclásico mesoamericano se encuentran recipientes de todo tipo con efigie de los dioses de la lluvia (López Luján, 1997). Es más, según el Códice Florentino (f. 223v), los nahuas decían que los ríos venían de Tlalocan, la morada de Tláloc. Tlalocan se describe también como un cerro hecho de tierra, una olla, un contenedor de agua. Tlalocan es más que la morada del dios, es el mismo dios. Las aguas son propiedad de Chalchiuhtlicue, “brotan desde el interior del cerro; Chalchihuitlicue las deja escapar de sus manos”. Así salen también las aguas del interior de la diosa Ix Chel en los códices mayas. Dioses del rayo, del relámpago y del trueno. Estas entidades no deben ser consideradas exclusivamente vinculadas al elemento acuático, también están fuertemente relacionadas con el elemento ígneo. El rayo, el relámpago, el trueno y, como dioses de todos los cerros, quizás también las erupciones volcánicas, son atribuciones naturales de los dioses de la lluvia. Tláloc fue el regente del Sol de Lluvia de Fuego y fray Diego Durán incluso lo comparaba con el dios supremo de la antigüedad clásica: “Tláloc, dios de los truenos y relámpagos […] era como Júpiter entre los romanos”. Cociyo, el nombre del dios zapoteco de la lluvia, significa “Rayo” y Tajín, el totonaco, quiere decir “Trueno”. El sentido inicial de Chaac también es “Rayo”. Hoy en día, entre los tzotziles, el nombre del dios de la lluvia: Chauc, significa “rayo”, “relámpago” o “trueno”. En su calidad de dioses del rayo, se les solía representar blandiendo palos ondulados, serpientes y hachas en las manos. Cuadruplicidad y quintuplicidad espacio-temporales de los dioses de la lluvia. Los dioses mesoamericanos, y por lo tanto los de la lluvia, son conceptos complejos que incluyen el espacio-tiempo. Para llevar a cabo la inmensa labor de proveedores y guardianes de la milpa, su acción benéfica o nefasta, su protagonismo era pluridireccional. Esto se puede comprobar en fuentes como la Historia de los Mexicanos por sus Pinturas, en la que se describe la morada de Tláloc como un aposento cuatripartita de donde el dios, con un sinnúmero de ayudantes, mandaba todas las clases de lluvias benéficas o nefastas, según los casos: “Cuando el dios de la lluvia les manda que vayan a regar algunos términos, toman sus alcancías con los palos, y cuando viene un rayo es de lo que tenían dentro, o parte de la alcancía”. Es decir, el dios de la lluvia mesoamericano era uno, cuatro, cinco y múltiple a la vez. Su cuadruplicidad le valía a Tláloc el nombre de Nappatecuhtli (Cuatro Veces Señor), el dios de las cuatro direcciones. El aspecto cuádruple o más bien quíntuple de Tláloc se plasmó en numerosas representaciones, como en la caja de piedra pintada de Tizapán o en las ya citadas láminas 27 y 28 del Códice Borgia. En el Códice Vaticano A (f. 20r) se dice que Tláloc es “compañero de los cuatro vientos y de los cuatro tiempos del año”. Para los mayas, los dioses del viento cuádruples, los pauahtunes, también son aliados de Chaac. Como lo explica acertadamente Karl Taube (1992, p. 17), Chaac está claramente relacionado con los cuatro rumbos y colores, pero también con el centro en el Códice de Dresde, ya que su nombre puede venir precedido por el signo yax, vinculado a la vez con el centro y el color verde, lo que sugiere que no había cuatro sino cinco Chaac, uno para cada punto cardinal y uno para el centro. Recordemos que Xoxouhqui, “el verde, el crudo”, era una de las advocaciones de Tláloc, y que también sería dios del centro. Tláloc y Chaac, bajo su aspecto cuádruple, representan los cuatro pilares que sostienen el mundo. En este sentido, se parecen a los cuatro bacabes. Es más, Bacab significa: “el que vierte agua con un vaso a boca estrecha”, nombre que, como lo hemos visto, conviene perfectamente a los dioses regadores. En la página 31 del Códice Madrid aparece Chaac enmarcado por cuatro ranas de cuyas bocas mana agua a borbotones. Según Miguel Rivera Dorado (1992, p. 182) los chaacob tienen rasgos comunes con los balamob, “jaguares”, como protectores de milpas, pueblos y hombres. También están muy bien documentados los vínculos estrechos que unen a Tláloc con el jaguar. Éste, en su advocación de Tepeyólotl, es el corazón del gran cerro Tláloc-Tlalocan. Él es quien guarda el agua preciosa petrificada en sus fauces, es el eco de la montaña, el trueno, y también compañero de los dioses de la lluvia (Olivier, 1997). Cocijo, el antiguo y poderoso dios zapoteca, tenía cuatro compañeros: Zaa, “Nubes”; Niça Quiye, “Lluvia”; Pèe, “Viento”, y Quiezabi, “Granizo”. Este aspecto cuatripartita se plasma en una escultura de cerámica que representa al dios zapoteco con cuatro recipientes. Cocijo era además el nombre que se daba a una de las divisiones del piye, calendario adivinatorio de 260 días. Un piye estaba dividido en 4 cociyo, es decir, cuatro periodos de 65 días. A su vez, lo 4 cociyo estaban divididos en 5cocii, esto es, 5 periodos de 13 días, de manera semejante a la trecena del tonalpohualli (Marcus y Flannery, 1996, p. 19). En la lámina 55v del Códice Vaticano A se describe una ceremonia de petición de lluvia dedicada al dios Cocijo, que parece estar relacionada con la ceremonia del Volador, rito relacionado también con los puntos cardinales, el calendario y el ciclo indígena de 52 años”. ORÍGENES Y EVOLUCIÓN Hacer una síntesis de los orígenes y la evolución de los dioses de la lluvia en Mesoamérica resulta una tarea enorme, ya que más de 2 000 años separan a los dioses prototípicos del Preclásico de sus correspondientes del Posclásico, en un territorio que va por lo menos desde el río Pánuco, en México, hasta Nicaragua. Por lo tanto, recomiendo al lector interesado en el tema que recurra primero a los ya antiguos pero clásicos trabajos de Miguel Covarrubias, en los que ilustró lo que, según él, había sido la evolución de la “máscara del hombre-jaguar olmeca” hacia los dioses de la lluvia: Tláloc, Chaac, Cocijo y Tajín (Covarrubias, 1946). Indispensables son también las recientes investigaciones de Karl Taube, quien hizo la necesaria revisión de la teoría de Covarrubias, tomando en cuenta los avances indiscutibles en el conocimiento sobre el Chaac del Protoclásico, y de la Estela 1 de Izapa en particular, pero también el mejor conocimiento de los dioses de la lluvia entre las culturas olmeca y zapoteca, así como en el Centro de México, en épocas remotas. A su vez, Taube (2004) propone su propio cuadro, adaptado del de Covarrubias, en el que recoge 24 representaciones para ilustrar la evolución de los dioses mesoamericanos de la lluvia a partir de un dios de la lluvia “olmeca”, cuyo prototipo se representa en una figurilla de cerámica de Tlaltilco, del Preclásico Temprano (1600-900 a.C.). Esta pieza fragmentaria representa al dios de la lluvia con la frente arrugada, ojos cubiertos por párpados prominentes y un incisivo central puntiagudo flanqueado por dos ganchos. La pieza es tanto más interesante cuanto que parece ser el comienzo de un proceso de larga duración, con asombrosas similitudes primero con una pieza de Tlapacoya (1200-800 a. C), también del Preclásico, publicada e identificada como un proto-Tláloc por Ch. Niederberger (1987), y luego con una antigua figura de Cocijo (Monte Albán II, 100 a.C.-200 d.C.) de San José Mogote (Marcus y Flannery, 1996, pp. 186-187), pieza central de una tumba miniatura. En el mismo conjunto hay cuatro recipientes con la efigie del mismo dios, aunque femenino esta vez, que nos recuerdan a los cuatro compañeros de Cocijo citados anteriormente. Para finalizar, hablaremos de otra pieza importantísima: una estatua de serpentina verde de Tuzapán, Veracruz (900-600 a.C.) que representa a un personaje barbudo con los rasgos característicos de un felino (boca y colmillos). La barba y la larga cabellera, representadas por rayas verticales también presentes en la iconografía del Tláloc del Posclásico, simbolizan la lluvia tanto en el Preclásico como en el Posclásico. El dios humano-felino sostiene en sus brazos una barra ceremonial, que representa una corriente de agua desde mi punto de vista, y que recuerda la que lleva la Chalchihuitlicue de Teotihuacan. La parte superior del cráneo del dios olmeca es abombada y lleva volutas laterales. Taube propone que esto podría simbolizar las nubes de lluvia, basándose en las similitudes entre esta representación y la del dios de la lluvia maya, Chaac, en la Estela 1 de Izapa (Taube, 1996, p. 96). También, entre otras cosas, se refiere a una figurilla de piedra que representa a un Chaac con espesas cejas y volutas en forma de S, que adornan la parte superior de la cabeza, semejantes al glifo mayamuyal, “nube”. Podría tratarse entonces de una comparación metafórica entre las volutas de las nubes, las circunvoluciones del cerebro y el humo del copal, llamado “cerebro del cielo” en el Chilam Balam de Chumayel. Sabemos que en el Posclásico, e incluso después de la conquista, el copal desempeñaba un papel preponderante en el culto a los dioses de la lluvia, y que los incensarios con efigie de Tláloc son innumerables. El incienso se utilizaba para crear simbólicamente las nubes y provocar la lluvia gracias a la magia imitativa. Finalmente y para cerrar el círculo, añadiré que la teoría de Taube es tanto más interesante cuanto que pone de manifiesto una vez más un proceso de larga duración. Efectivamente, la cara-máscara de Tláloc en el Posclásico, como ya se ha dicho, representaba también la masa nublada y la lluvia. El conjunto del cráneo del Tláloc de Uhde, compuesto por dos serpientes entrelazadas, parece representar un cerebro con sus circunvoluciones características. Si se examina más detenidamente, se distingue la “nube” formada por los cuerpos anudados de los ofidios, a la altura de los ojos y de la nariz de Tláloc, similar al glifo nube en Chalcatzingo, al glifo maya muyal y a las representaciones de nubes en el Códice Florentino. El dios jaguar olmeca y Tláloc son cuerpos de tierra, son cerros, y en su cumbre están las nubes de donde cae la lluvia. Así se pintó a Tláloc en el f. 282v de los Primeros Memoriales: su cuerpo es el cerro, en su cima la cabeza del dios se compone de una corona almenada que significa las nubes, ya que así se representan en el f. 283r del mismo documento. En la falda del cuerpo-cerro se ven tres chalchihuites que representan gotas de agua o de lluvia. En la actualidad, los tlapanecas de Acatepec consideran que el dios de la lluvia, Ajku, es un cerro, y así lo representan, como un cerro, y en la cabeza le ponen algodón para representar las nubes. Consciente de que quedan muchas cosas por decir, añadiré a modo de conclusión general, que la antigüedad de los dioses de la lluvia les otorga poderes particulares. Ellos son los que dan el valor y el mando, son los guardianes de la tradición y en su dominio residen los antepasados, también llamados “gigantes” entre los tepehuas de la Sierra Norte de Puebla. ¿Serán los chaacob, cuyo nombre polisémico también quiere decir “gigante? ¿Serán aquellos gigantes de los que Tláloc fue rey en tiempos remotos? Ñuu dzahui, “el pueblo de la lluvia”, es el nombre que se dan a sí mismo los mixtecos. Es de alguna manera un Tlalocan terrestre. En los códices, el altépetl tiene los rasgos del dios de la lluvia y los señores llevan también el nombre de la lluvia. Al “país de la lluvia”, los aztecas le dieron el nombre de Mixtecapan, “el lugar de la gente de las nubes”. ¿Sería sólo una evocación del fenómeno meteorológico?, ¿o sería más bien porque se le daba al lugar un estatuto divino o sagrado? Mixtitlan, ayauhtitlan, “de entre la nubes, de entre las nieblas”, era el nombre metafórico que daban los nahuas a “los muy célebres, desconocidos, cuya llegada se consideraba una maravilla”. Entre los zapotecos, un señor muerto se metamorfoseaba en ben zaa, “hombres nubes” (Marcus y Flannery, 1996, pp. 188). Los dioses de la lluvia mesoamericanos son los dioses autóctonos por excelencia y, a semejanza de Tláloc, encarnan la Tierra, es decir, el territorio. _____________________ • José Contel. Profesor e investigador en la Universidad del Littoral-Côte d’Opale (Francia). Doctor por la Universidad de Toulouse II con la tesis titulada: Tlalloc, “L’Incarnation de la Terre”. Naissance et métamorphoses (en prensa). Ha publicado varios artículos sobre el dios de la lluvia azteca, el más reciente: “Tlálloc, el cerro, la olla y el chalchíhuitl. Una interpretación de la lámina 25 del Códice Borbónico”, en Itinerarios, vol. 8, Varsovia, 2008, pp. 151-180.
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