Los Dioses de la Lluvia

LOS DIOSES DE LA LLUVIA EN MESOAMÉRICA
José Contel
LA ANTIGÜEDAD DE LOS DIOSES DE LA LLUVIA LES OTORGA PODERES PARTICULARES: ELLOS SON LOS QUE DAN EL VALOR Y EL MANDO, SON LOS GUARDIANES DE LA TRADICIÓN. LOS DIOSES DE LA LLUVIA MESO-AMERICANOS SON LOS DIOSES AUTÓCTONOS POR EXCELENCIA Y, A SEMEJANZA DE TLÁLOC, ENCARNAN LA TIERRA, ES DECIR, EL TERRITORIO.

El rostro de Tláloc está formado o cubierto por dos serpientes estilizadas que forman los ojos y dan a la nariz un aspecto retorcido. Al enfrentarse, las fauces de las dos serpientes dibujan una boca. Posclásico Tardío. Museo del Templo Mayor.
Foto: Jorge Pérez De Lara / Raíces
El dios de la lluvia se llamaba Tláloc (o Tlálloc) entre los nahuas, entre los mayas se le conocía como Chaac (o Chaahk), para los zapotecos era Cocijo (o Cociyo), los mixtecos lo llamaban Dzahui (o Savui), los totonacas Tajín (o Aktsini). Desde luego, esta lista no es exhaustiva ya que en Mesoamérica había por lo menos tantos nombres de dioses o espíritus de la lluvia como idiomas o culturas. Tláloc, al que mejor conocemos, tenía al menos 26 advocaciones (Contel, 1999), cada una relacionada con su naturaleza o con sus funciones. No conocemos los nombres exactos de los dioses de las culturas más antiguas, pues para nombrarlos se emplean vocablos genéricos que remiten más bien a un concepto o a una imagen.

IMÁGENES DE LOS DIOSES DE LA LLUVIA
De todos los cronistas del siglo XVI, fray Diego Durán –en Historia de las Indias…– es el que describe de manera más “explícita” la imagen del dios azteca de la lluvia: “La estatua […] era de piedra labrada, de una efigie de un espantable monstruo; la cara muy fea, a manera de sierpe, con unos colmillos muy grandes”. Las palabras del dominico, si se hace caso omiso de las evidentes connotaciones peyorativas, hacen hincapié en algunos de los rasgos comunes a los dioses de la lluvia mesoamericanos. Coincide con numerosas representaciones de Tláloc, y en particular con una escultura de la Colección Uhde que se conserva en el Museo Etnográfico de Berlin. El rostro del dios está formado o cubierto por dos serpientes entrelazadas cuyos cuerpos forman la nariz retorcida y los ojos. Al juntarse, las fauces de las serpientes forman una boca con seis ganchos.
Sin embargo, en la mayoría de los casos, los rasgos del dios azteca, que comparte de forma casi idéntica con Dzahui, su correspondiente mixteco, pero también con sus predecesores, los Tláloc tolteca y teotihuacano, aparecen mucho más estilizados. Al resultar imposible hacer aquí una descripción completa, se pondrán sólo de realce algunos elementos característicos comunes y constantes.
Entre esos rasgos destacan los anillos oculares o anteojeras, visibles también no sólo en los dioses antes mencionados, sino también en las representaciones de Cocijo. Los “ojos” están a veces adornados con volutas dirigidas hacia las sienes, como las de Chaac. El labio superior tiene la forma de un “bigote” y la nariz es serpentíforme. La boca y la nariz de Cocijo tienen el aspecto de una máscara bucal de ofidio. A veces, la banda labial se yergue para terminar en una simple, doble o triple voluta en forma de trompa, parecida a la de los llamados mascarones de Chaac, omnipresentes en la arquitectura sagrada maya del Clásico y el Posclásico. Chaac es identificable en particular por una cabeza con una nariz larga en forma de trompa y un rizo por encima de la nariz. La boca de todos estos dioses suele tener dientes o ganchos, con número y forma variables. La boca de Chaac a veces está desdentada y en los Primeros Memoriales (ff. 84r y 84v) se describe a Tláloc como a un viejo desdentado. Para terminar y a modo de transición, añadiré que los rostros-máscaras de los dioses de la lluvia también tienen que ver con su naturaleza o con sus principales atribuciones. Estoy convencido por ejemplo que el conjunto de la cara y cabeza de Tláloc representan nubes y lluvia, como tendremos la ocasión de comprobar más tarde. De momento, señalemos sólo que según el Códice Florentino (lib. II, cap. 25), el sacerdote de Tláloc que dirigía la procesión de la fiesta deetzalcualiztli, dedicada a Tláloc, llevaba la máscara del dios. Ahora bien, según aquella fuente en náhuatl, el sacerdote se ponía la quiyauhxáyac, la tlalocaxáyac, es decir, “la máscara de lluvia”, “la máscara de Tláloc”. Incluso en el calendario adivinatorio, el día quiáhuitl, “lluvia”, se representa precisamente con el rostro de Tláloc o su forma abreviada.

ATRIBUCIONES PRINCIPALES
Las atribuciones esenciales de los dioses de la lluvia mesoamericanos fueron perfectamente sintetizadas por Sahagún en un apartado dedicado a Tláloc: “Tenían que él daba las lluvias, para que regasen la tierra, mediante la cual lluvia se criaban todas las yerbas, árboles y frutas y mantenimientos. También tenían que él envíaba el granizo y los relámpagos y rayos, y las tempestades del agua, y los peligros del río y de la mar”. Es decir, Tláloc y sus correspondientes mesoamericanos encarnan todos los fenómenos meteorológicos relacionados con la lluvia o la tormenta. Son nubes, lluvia, rayos, relámpagos, truenos y corrientes de agua a la vez. Son fertilizadores, guardianes de los campos y proveedores de “todos los mantenimientos necesarios para la vida corporal” cuando su acción es benéfica, pero también pueden ser destructores cuando su acción es nefasta. A veces cuando se reúnen con los remolinos de viento, se convierten en huracanes, confundiéndose o fusionándose así con otros dioses.
Los hacedores de lluvia, los regadores. Desde luego, la primera atribución de esos dioses era la de hacedores de lluvia. No sorprende que algunas de aquellas entidades llevaran un nombre relacionado con su actividad principal. Tláloc, o mejor dicho Tlálloc, según el ya muy conocido análisis de Thelma Sullivan (1972), significa literalmente “el que está hecho de tierra” o “el que encarna la Tierra”, vocablo que remite no sólo a su naturaleza terrosa o telúrica sino también a sus orígenes míticos. Sin embargo, como ya se señaló, tenía otros nombres o epítetos. Quiáhuitl, “Lluvia”, es precisamente otra de sus advocaciones, como señor del día quiáhuitl y como regente de la séptima trecena del tonalpohualli, ce quiáhuitl, 1 lluvia. Chiconahui Quiáhuitl, “9 Lluvia”, era el nombre que daban al dios de la lluvia en Cholula. Dzahui, el equivalente de Tláloc en la Mixteca, también significa Lluvia. El dios otomí Mu’ye, también es Lluvia.
Entre los purépechas, el dios de la lluvia se llama Tirípeme Curicaueri; Tirípeme signi-fica “agua hermosa o divina” o “agua que se descuelga”, es decir, la lluvia. Finalmente, una de las numerosas traducciones propuestas para Chaac, según elDiccionario Cordemex, es “Lluvia” o “Aguacero”. Además, a los chaacob (plural de Chaac) se les llamaba también ah hoyaob, “regadores”, “rociadores”, “salpicadores” u “orinadores” (Thompson, 1982; Rivera Dorado, 1992).
Son muchas las imágenes de los dioses de la lluvia en las que aparecen en la acción de regar. El dios B –según la clasifica-ción de Paul Schellhas; mejor conocido bajo el nombre de Chaac, y a veces asociado con la diosa lunar Ix Chel en el Códice de Dresde y en el Códice Madrid–, el mixteco Dzahui –en el Códice Tonindeye– e incluso el dios de la lluvia de Teotihuacan, aparecen numerosas veces vertiendo agua con jarras o simplemente sosteniendo un recipiente. También en una escultura en bajorrelieve de una caja de piedra que se conserva en el British Museum de Londres, Tláloc riega la tierra con una olla decorada con un chalchíhuitl, símbolo del agua preciosa.
En la lámina 27 del Códice Borgia se representa a Tláloc regando y orinando. Una corriente de agua sale de la mano derecha, con la que sujeta una jarra con su efigie en la acción de regar, y tiene una serpiente en la mano izquierda, de la que sale otro chorro de agua; de entre las piernas del dios mana otra corriente de agua. En el Códice Madrid destacan las representaciones en las que se ve el agua que sale a chorros de los orificios naturales de Chaac y de otras entidades asociadas. Los dioses de la lluvia también eran concebidos como contenedores: eran nubes, cerros, cuevas, pozos naturales, caminos bajo tierra, llenos de agua. Por ello, desde el Preclásico hasta el Posclásico mesoamericano se encuentran recipientes de todo tipo con efigie de los dioses de la lluvia (López Luján, 1997). Es más, según el Códice Florentino (f. 223v), los nahuas decían que los ríos venían de Tlalocan, la morada de Tláloc. Tlalocan se describe también como un cerro hecho de tierra, una olla, un contenedor de agua. Tlalocan es más que la morada del dios, es el mismo dios. Las aguas son propiedad de Chalchiuhtlicue, “brotan desde el interior del cerro; Chalchihuitlicue las deja escapar de sus manos”. Así salen también las aguas del interior de la diosa Ix Chel en los códices mayas.
Dioses del rayo, del relámpago y del trueno. Estas entidades no deben ser consideradas exclusivamente vinculadas al elemento acuático, también están fuertemente relacionadas con el elemento ígneo. El rayo, el relámpago, el trueno y, como dioses de todos los cerros, quizás también las erupciones volcánicas, son atribuciones naturales de los dioses de la lluvia. Tláloc fue el regente del Sol de Lluvia de Fuego y fray Diego Durán incluso lo comparaba con el dios supremo de la antigüedad clásica: “Tláloc, dios de los truenos y relámpagos […] era como Júpiter entre los romanos”. Cociyo, el nombre del dios zapoteco de la lluvia, significa “Rayo” y Tajín, el totonaco, quiere decir “Trueno”. El sentido inicial de Chaac también es “Rayo”. Hoy en día, entre los tzotziles, el nombre del dios de la lluvia: Chauc, significa “rayo”, “relámpago” o “trueno”. En su calidad de dioses del rayo, se les solía representar blandiendo palos ondulados, serpientes y hachas en las manos.
Cuadruplicidad y quintuplicidad espacio-temporales de los dioses de la lluvia. Los dioses mesoamericanos, y por lo tanto los de la lluvia, son conceptos complejos que incluyen el espacio-tiempo. Para llevar a cabo la inmensa labor de proveedores y guardianes de la milpa, su acción benéfica o nefasta, su protagonismo era pluridireccional. Esto se puede comprobar en fuentes como la Historia de los Mexicanos por sus Pinturas, en la que se describe la morada de Tláloc como un aposento cuatripartita
de donde el dios, con un sinnúmero de ayudantes, mandaba todas las clases de lluvias benéficas o nefastas, según los casos: “Cuando el dios de la lluvia les manda que vayan a regar algunos términos, toman sus alcancías con los palos, y cuando viene un rayo es de lo que tenían dentro, o parte de la alcancía”.
Es decir, el dios de la lluvia mesoamericano era uno, cuatro, cinco y múltiple a la vez. Su cuadruplicidad le valía a Tláloc el nombre de Nappatecuhtli (Cuatro Veces Señor), el dios de las cuatro direcciones. El aspecto cuádruple o más bien quíntuple de Tláloc se plasmó en numerosas representaciones, como en la caja de piedra pintada de Tizapán o en las ya citadas láminas 27 y 28 del Códice Borgia. En el Códice Vaticano A (f. 20r) se dice que Tláloc es “compañero de los cuatro vientos y de los cuatro tiempos del año”. Para los mayas, los dioses del viento cuádruples, los pauahtunes, también son aliados de Chaac. Como lo explica acertadamente Karl Taube (1992, p. 17), Chaac está claramente relacionado con los cuatro rumbos y colores, pero también con el centro en el Códice de Dresde, ya que su nombre puede venir precedido por el signo yax, vinculado a la vez con el centro y el color verde, lo que sugiere que no había cuatro sino cinco Chaac, uno para cada punto cardinal y uno para el centro. Recordemos que Xoxouhqui, “el verde, el crudo”, era una de las advocaciones de Tláloc, y que también sería dios del centro. Tláloc y Chaac, bajo su aspecto cuádruple, representan los cuatro pilares que sostienen el mundo. En este sentido, se parecen a los cuatro bacabes. Es más, Bacab significa: “el que vierte agua con un vaso a boca estrecha”, nombre que, como lo hemos visto, conviene perfectamente a los dioses regadores. En la página 31 del Códice Madrid aparece Chaac enmarcado por cuatro ranas de cuyas bocas mana agua a borbotones. Según Miguel Rivera Dorado (1992, p. 182) los chaacob tienen rasgos comunes con los balamob, “jaguares”, como protectores de milpas, pueblos y hombres. También están muy bien documentados los vínculos estrechos que unen a Tláloc con el jaguar. Éste, en su advocación de Tepeyólotl, es el corazón del gran cerro Tláloc-Tlalocan. Él es quien guarda el agua preciosa petrificada en sus fauces, es el eco de la montaña, el trueno, y también compañero de los dioses de la lluvia (Olivier, 1997).
Cocijo, el antiguo y poderoso dios zapoteca, tenía cuatro compañeros: Zaa, “Nubes”; Niça Quiye, “Lluvia”; Pèe, “Viento”, y Quiezabi, “Granizo”. Este aspecto cuatripartita se plasma en una escultura de cerámica que representa al dios zapoteco con cuatro recipientes. Cocijo era además el nombre que se daba a una de las divisiones del piye, calendario adivinatorio de 260 días. Un piye estaba dividido en 4 cociyo, es decir, cuatro periodos de 65 días. A su vez, lo 4 cociyo estaban divididos en 5cocii, esto es, 5 periodos de 13 días, de manera semejante a la trecena del tonalpohualli (Marcus y Flannery, 1996, p. 19). En la lámina 55v del Códice Vaticano A se describe una ceremonia de petición de lluvia dedicada al dios Cocijo, que parece estar relacionada con la ceremonia del Volador, rito relacionado también con los puntos cardinales, el calendario y el ciclo indígena de 52 años”.

ORÍGENES Y EVOLUCIÓN
Hacer una síntesis de los orígenes y la evolución de los dioses de la lluvia en Mesoamérica resulta una tarea enorme, ya que más de 2 000 años separan a los dioses prototípicos del Preclásico de sus correspondientes del Posclásico, en un territorio que va por lo menos desde el río Pánuco, en México, hasta Nicaragua. Por lo tanto, recomiendo al lector interesado en el tema que recurra primero a los ya antiguos pero clásicos trabajos de Miguel Covarrubias, en los que ilustró lo que, según él, había sido la evolución de la “máscara del hombre-jaguar olmeca” hacia los dioses de la lluvia: Tláloc, Chaac, Cocijo y Tajín (Covarrubias, 1946). Indispensables son también las recientes investigaciones de Karl Taube, quien hizo la necesaria revisión de la teoría de Covarrubias, tomando en cuenta los avances indiscutibles en el conocimiento sobre el
Chaac del Protoclásico, y de la Estela 1 de Izapa en particular, pero también el mejor conocimiento de los dioses de la lluvia entre las culturas olmeca y zapoteca, así como en el Centro de México, en épocas remotas. A su vez, Taube (2004) propone su propio cuadro, adaptado del de Covarrubias, en el que recoge 24 representaciones para ilustrar la evolución de los dioses mesoamericanos de la lluvia a partir de un dios de la lluvia “olmeca”, cuyo prototipo se representa en una figurilla de cerámica de Tlaltilco, del Preclásico Temprano (1600-900 a.C.). Esta pieza fragmentaria representa al dios de la lluvia con la frente arrugada, ojos cubiertos por párpados prominentes y un incisivo central puntiagudo flanqueado por dos ganchos. La pieza es tanto más interesante cuanto que parece ser el comienzo de un proceso de larga duración, con asombrosas similitudes primero con una pieza de Tlapacoya (1200-800 a. C), también del Preclásico, publicada e identificada como un proto-Tláloc por Ch. Niederberger (1987), y luego con una antigua figura de Cocijo (Monte Albán II, 100 a.C.-200 d.C.) de San José Mogote (Marcus y Flannery, 1996, pp. 186-187), pieza central de una tumba miniatura. En el mismo conjunto hay cuatro recipientes con la efigie del mismo dios, aunque femenino esta vez, que nos recuerdan a los cuatro compañeros de Cocijo citados anteriormente.
Para finalizar, hablaremos de otra pieza importantísima: una estatua de serpentina verde de Tuzapán, Veracruz (900-600 a.C.) que representa a un personaje barbudo con los rasgos característicos de un felino (boca y colmillos). La barba y la larga cabellera, representadas por rayas verticales también presentes en la iconografía del Tláloc del Posclásico, simbolizan la lluvia tanto en el Preclásico como en el Posclásico. El dios humano-felino sostiene en sus brazos una barra ceremonial, que representa una corriente de agua desde mi punto de vista, y que recuerda la que lleva la Chalchihuitlicue de Teotihuacan. La parte superior del cráneo del dios olmeca es abombada y lleva volutas laterales. Taube propone que esto podría simbolizar las nubes de lluvia, basándose en las similitudes entre esta representación y la del dios de la lluvia maya, Chaac, en la Estela 1 de Izapa (Taube, 1996, p. 96). También, entre otras cosas, se refiere a una figurilla de piedra que representa a un Chaac con espesas cejas y volutas en forma de S, que adornan la parte superior de la cabeza, semejantes al glifo mayamuyal, “nube”. Podría tratarse entonces de una comparación metafórica entre las volutas de las nubes, las circunvoluciones del cerebro y el humo del copal, llamado “cerebro del cielo” en el Chilam Balam de Chumayel. Sabemos que en el Posclásico, e incluso después de la conquista, el copal desempeñaba un papel preponderante en el culto a los dioses de la lluvia, y que los incensarios con efigie de Tláloc son innumerables. El incienso se utilizaba para crear simbólicamente las nubes y provocar la lluvia gracias a la magia imitativa.
Finalmente y para cerrar el círculo, añadiré que la teoría de Taube es tanto más interesante cuanto que pone de manifiesto una vez más un proceso de larga duración. Efectivamente, la cara-máscara de Tláloc en el Posclásico, como ya se ha dicho, representaba también la masa nublada y la lluvia. El conjunto del cráneo del Tláloc de Uhde, compuesto por dos serpientes entrelazadas, parece representar un cerebro con sus circunvoluciones características. Si se examina más detenidamente, se distingue la “nube” formada por los cuerpos anudados de los ofidios, a la altura de los ojos y de la nariz de Tláloc, similar al glifo nube en Chalcatzingo, al glifo maya muyal y a las representaciones de nubes en el Códice Florentino. El dios jaguar olmeca y Tláloc son cuerpos de tierra, son cerros, y en su cumbre están las nubes de donde cae la lluvia. Así se pintó a Tláloc en el f. 282v de los Primeros Memoriales: su cuerpo es el cerro, en su cima la cabeza del dios se compone de una corona almenada que significa las nubes, ya que así se representan en el f. 283r del mismo documento. En la falda del cuerpo-cerro se ven tres chalchihuites que representan gotas de agua o de lluvia. En la actualidad, los tlapanecas de Acatepec consideran que el dios de la lluvia, Ajku, es un cerro, y así lo representan, como un cerro, y en la cabeza le ponen algodón para representar las nubes.
Consciente de que quedan muchas cosas por decir, añadiré a modo de conclusión general, que la antigüedad de los dioses de la lluvia les otorga poderes particulares. Ellos son los que dan el valor y el mando, son los guardianes de la tradición y en su dominio residen los antepasados, también llamados “gigantes” entre los tepehuas de la Sierra Norte de Puebla. ¿Serán los chaacob, cuyo nombre polisémico también quiere decir “gigante? ¿Serán aquellos gigantes de los que Tláloc fue rey en tiempos remotos? Ñuu dzahui, “el pueblo de la lluvia”, es el nombre que se dan a sí mismo los mixtecos. Es de alguna manera un Tlalocan terrestre. En los códices, el altépetl tiene los rasgos del dios de la lluvia y los señores llevan también el nombre de la lluvia. Al “país de la lluvia”, los aztecas le dieron el nombre de Mixtecapan, “el lugar de la gente de las nubes”. ¿Sería sólo una evocación del fenómeno meteorológico?, ¿o sería más bien porque se le daba al lugar un estatuto divino o sagrado? Mixtitlan, ayauhtitlan, “de entre la nubes, de entre las nieblas”, era el nombre metafórico que daban los nahuas a “los muy célebres, desconocidos, cuya llegada se consideraba una maravilla”. Entre los zapotecos, un señor muerto se metamorfoseaba en ben zaa, “hombres nubes” (Marcus y Flannery, 1996, pp. 188). Los dioses de la lluvia mesoamericanos son los dioses autóctonos por excelencia y, a semejanza de Tláloc, encarnan la Tierra, es decir, el territorio.
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 José Contel. Profesor e investigador en la Universidad del Littoral-Côte d’Opale (Francia). Doctor por la Universidad de Toulouse II con la tesis titulada: Tlalloc, “L’Incarnation de la Terre”. Naissance et métamorphoses (en prensa). Ha publicado varios artículos sobre el dios de la lluvia azteca, el más reciente: “Tlálloc, el cerro, la olla y el chalchíhuitl. Una interpretación de la lámina 25 del Códice Borbónico”, en Itinerarios, vol. 8, Varsovia, 2008, pp. 151-180.



EL DIOS DE LA LLUVIA OLMECA
Karl A. Taube







En el Monumento 10 de San Lorenzo, Veracruz, se ve al dios de la lluvia sosteniendo un par de manoplas, las cuales probablemente eran de concha cortada y se usaban en combates rituales. Museo de Antropología de Xalapa, Veracruz.
Foto: Rafael Doniz / Raíces
En vista de la importancia del maíz, no debe sorprendernos que los dioses más importantes y difundidos en la antigua Mesoamérica sean los de la lluvia, ya que son quienes aseguran su crecimiento y abundancia. Es probable que gran parte del ritual y mitología relacionados con los dioses de la lluvia provengan del periodo Preclásico, cuando se generalizó por toda Mesoamérica el cultivo del maíz. Los olmecas, que se asentaron en la zona sur del Golfo de México, fueron una de las culturas dominantes de ese tiempo, y su impresionante arquitectura y monumentos de basalto atestiguan su poderío, lo cual puede constatarse ya en el Preclásico Temprano en San Lorenzo, Veracruz (aproximadamente 1200-900 a.C.), y más tarde, durante el Preclásico Medio, en La Venta, Tabasco (900 a 500 a.C.), cuando el cultivo del maíz se difundió y se volvió más importante en Mesoamérica. Sin embargo, se conocen ofrendas en un manantial al pie del Cerro Manatí, Veracruz, en el corazón mismo de la zona olmeca, de 1500 a.C. Incluso en la actualidad las montañas y los manantiales son destino importante de peregrinaciones y rituales relacionados con las lluvias.

ORIGEN DEL DIOS DE LA LLUVIA
Aunque J. Eric Thompson fue un arqueólogo especializado en la civilización maya del Clásico, sugirió que gran parte de los rituales y los simbolismos de la lluvia mesoamericanos comenzaron con los olmecas: “En mi opinión, el culto a la lluvia, con los colores del mundo, los rumbos característicos y las deidades cuatripartitas derivadas o fundidas con las serpientes, desarrolló su esencia durante el periodo Formativo, y probablemente fue creación olmeca” (Thompson, 1979).
Sin embargo, el investigador que más vehementemente defendió el origen olmeca de los dioses de la lluvia mesoamericanos fue Miguel Covarrubias. En el famoso esquema que apareció por primera vez en 1946, Covarrubias atribuía el origen de los dioses de la lluvia –el Tláloc azteca, el Cocijo zapoteco y el Chaac maya– a un prototipo olmeca. Su esquema sigue siendo esencialmente válido, a la luz de interpretaciones y descubrimientos posteriores, excepto por sus ejemplos del Chaac del Clásico maya, que en realidad representa a una montaña zoomorfizada, witz; este ser, sin embargo, se conjunta temáticamente con el dios maya de la lluvia.

RASGOS DISTINTIVOS
Uno de los rasgos distintivos de las deidades de la lluvia mesoamericanas es que suelen tener colmillos, rasgo que Covarrubias rastrea hasta el dios olmeca de la lluvia. Según Covarrubias, los colmillos y la boca que gruñe se relacionan con el jaguar, criatura que, por cierto, habita en montañas y cuevas, lugar de residencia legendaria de los dioses de la lluvia. Además de la boca dentada, la deidad de la lluvia olmeca muestra con frecuencia el ceño fruncido y ojos oblicuos que tienden a adelgazarse en los extremos tomando la forma de una L acostada. A veces, los párpados aparecen hinchados, como si el dios derramara lágrimas de lluvia. El Monumento 10 de San Lorenzo, Veracuz, de 1000 a.C. aproximadamente, es un imponente ejemplo del dios de la lluvia olmeca. Sostiene un par de manoplas, objetos que, al parecer, eran de concha cortada y se usaban en combates rituales. Aún hoy en día, en Zitlala y otras comunidades de la sierra de Guerrero, jóvenes ataviados de jaguar con cascos de cuero luchan a puñetazos sobre una montaña sagrada para propiciar la lluvia. 



PERSONAJES ENMASCARADOS
EL RAYO, EL TRUENO Y LA LLUVIA EN OAXACA
Leonardo López Luján







Vasija efigie con la representación de Cociyo ofrendando una ollita de la que brota, al centro, el maíz tierno y chorros de agua con ojos de lagarto, que desbordan por los lados. Encima del rostro aparece el glifo C (lluvia) y de sus orejeras cuelgan espigas de maíz maduro. Aunque está incompleta, la urna mide 60 cm de altura y tiene restos de cinabrio. Procedencia desconocida. MNA.
Foto: Boris De Swan / Raíces
En el complicado mosaico socio-lingüístico que conforma el suroeste de Mesoamérica, las deidades de la lluvia tenían sus propios epítetos: Dzavui en mixteco, Chjoón-maje en mazateco, Tyoo en chatino, Cociyo en zapoteco (Se escribe Cociyo, no Cocijo, para representar más fielmente la fonética del zapoteco, en el que no existe el sonido español de la j. En el siglo XVI la j se empleaba para indicar una i larga.). La etimología de estos nombres se deriva de las palabras para “nubes”, “rayo” y “lluvia”. Tan central fue el culto a la lluvia en la antigua Oaxaca que varios grupos usaban el término como gentilicio. Los vocablos “zapoteco” y “mixteco” son ya una hispanización de nombres nahuas, pero gente de la región se autodenominabènizàa y ñuu dzavui: “la gente de las nubes”, “la gente de la lluvia”.
En la primera mitad del siglo XX, Wilfrido Cruz recogió en Oaxaca un relato que evidencia la persistencia de una concepción cuatripartita del cosmos, en la cual el dios de la lluvia desempeña un papel central. El inicio del relato cuenta que:
…en la cumbre de una montaña vivía desde antes del amanecer del mundo el Viejo Rayo de fuego, Cocijoguí. Era el rey y señor de todos los rayos grandes y pequeños. Al pie de su trono deslumbrante tenía bajo su custodia cuatro inmensas ollas de barro donde guardaba encerrados, en una, a las nubes; en la otra, al agua; en la tercera, al granizo, y en la cuarta, al aire. Cada una de estas ollas, a su vez, estaba vigilada por un rayo menor en forma de chintete o lagartija.
El resto del relato narra cómo a petición de la gente de ese entonces, el gran relámpago revela sus proezas ordenándole primero al rayo menor, Cocijozáa, liberar las nubes, y luego a Cocijoniza desatar la lluvia, seguido del tercero, quien arrojó el hielo y el granizo. Desesperada, la gente le pidió al sol que intercediera. Así, el Viejo Rayo de Fuego le pidió al cuarto rayo menor, Cocijopí, sacar al viento de su olla para que disipara las nubes y la tormenta.
Más de dos milenios antes, la elite de la antigua comunidad de San José Mogote, en los Valles Centrales de Oaxaca, dejó testimonio material del mismo relato al depositar bajo un templo construido sobre una plataforma monumental, una ofrenda que recrea el papel dador de la lluvia. En un rito primordial, un ancestro masculino que personifica a la deidad aparece en el acto de romper con el rayo la troje que contiene el maíz, y ayudado por cuatro mujeres que lo acompañan, lo diseminan a los cuatro rumbos para alimentar a los seres humanos. Así, la gran edificación en San José Mogote debió concebirse simbólicamente como el gran Cerro del Sustento.
La ofrenda nos da además una pauta para comprender la concepción genérica dual de la divinidad. Se trata de una hierogamia (unión entre divinidades) en la que el papel complementario de la mujer y el hombre se trasponen al ámbito sacro. La ofrenda nos habla también de la preocupación central en la antigua ideología por mantener un equilibrio ante el portentoso devenir de la naturaleza. El éxito de una economía agraria dependía de la constante reiteración ritual, incluida la inmolación humana y de animales, para pedir la buena lluvia y alejar la tormenta y el granizo que destruye la cosecha o que enmohece y pudre el maíz. La apropiación de ese conocimiento privilegiado fue un catalizador que promovía la desigualdad social. El gobernante cargaba con la responsabilidad de interceder ante la divinidad, y sus sujetos lo tomaban como un benefactor.



CHAAC, LA SACRALIDAD DEL AGUAMercedes de la Garza C.
Chaac, dios de la lluvia, el rayo, el relámpago y el agua, está estrechamente ligado con Kawiil, “segunda cosecha de maíz”. En los códices, las representaciones de ambos dioses están unidas al cuerpo de una serpiente y llevan un colmillo curvo del ofidio en la comisura de la boca, entre otras características. Códice Madrid, p. 31b. Reprografía: Marco Antonio Pacheco / Raíces
Las entidades sagradas de los mayas no eran “ídolos”, como las catalogaron los conquistadores, sino energías o materialidades etéreas, sutiles, imperceptibles para los sentidos ordinarios, que se presentan ante los hombres en múltiples representaciones, que pueden ser antropomorfas, zoomorfas o fitomorfas, y que también se manifiestan en sus propias imágenes, hechas por los hombres, durante los ritos. Fray Diego de Landa corrobora esta idea de los dioses cuando afirma: “Bien sabían ellos que los ídolos eran obras suyas y muertas y sin deidad, mas los tenían en reverencia por lo que representaban y porque los habían hecho con muchas ceremonias, especialmente los de palo” (Landa, 1966, p. 48).
Los llamados “dioses” son esas imágenes, tanto plásticas como simbólicas, que representan seres sobrenaturales formados con rasgos muy estilizados de diversos animales y plantas, los cuales a veces toman formas humanas. Los dioses aparecen en los relieves, las esculturas, las pinturas, la cerámica y los códices prehispánicos, en los textos jeroglíficos y en los libros mayas coloniales. Y muchos de ellos siguen siendo venerados hasta hoy en las comunidades mayanses.
Uno de los principales dioses mayas, tal vez el más venerado y representado, sobre todo en la península de Yucatán durante el periodo Posclásico, fue Chaac, dios de la lluvia, el rayo, el relámpago y el agua en general.
El nombre proviene de las fuentes escritas coloniales, en las que también aparece como héroe cultural; el Diccionario de Motuldice que Chaac “…fue un hombre así de grande que enseñó la agricultura, al cual tuvieron después por Dios de los panes, del agua, de los truenos y relámpagos”. El Chilam Balam de Chumayel coincide con el Diccionario de Motul, pero al aludir a un aspecto múltiple del dios, asienta: “Los chaques no eran dioses, eran gigantes”.
Efectivamente, Chaac es una de las deidades cuádruples, que son las que señorean en los cuatro rumbos del cosmos, como los itzamnaes, los pahuahtunes y los bacabes. Las fuentes coloniales afirman que es el dios de las milpas, por su importancia en el cultivo del maíz y otros productos. Dice Landa que en el día yax hacían una fiesta en honor de los chaques, “que tenían por dioses de los maizales” (Landa, 1966, p. 73). Y hasta hoy se cree en la península que los chaques protegen las milpas.



TLÁLOC, EL ANTIGUO
DIOS DE LA LLUVIA Y
DE LA TIERRA EN EL
CENTRO DE MÉXICO

Guilhem Olivier




En distintos sitios arqueológicos, que abarcan desde el Preclásico hasta la conquista española, se han encontrado ollas Tláloc enterradas en muchas ofrendas. Algunas de esas ollas estaban llenas de piedras de jade que simbolizan el agua. A menudo, la posición acostada de esos recipientes parece aludir a la actuación de los tlaloque, que vertían con estas ollas el vital líquido sobre la Tierra. Olla Tláloc. Tula, Hidalgo. MNA.
Foto: Boris De Swan / Raíces
Según el Códice Aubin, un relato en lengua náhuatl del siglo XVI, después de la aparición portentosa del águila sobre el nopal que señaló ante los mexicas el sitio de la fundación de Mexico-Tenochtitlan, un sacerdote llamado Axolohua fue sumergido en la laguna. Al día siguiente Axolohua volvió a aparecer y contó lo siguiente: “Fuí a ver a Tláloc, porque me llamó, dijo: Ha llegado mi hijo Huitzilopochtli, pues aquí será su casa. Pues él la dedicará porque aquí viviremos unidos sobre la tierra”. De esta manera Tláloc, una de las deidades más antiguas de Mesoamérica, recibió a “su hijo” Huitzilopochtli, dios joven de los mexicas recién llegados, y anunció que ambos compartirían el dominio sobre la nueva capital. Aquí y en otros contextos como la caída de Tollan, Tláloc actúa como una deidad que otorga “el valor, el mando”, es decir, el poder, una función del dios de la lluvia que ha sido destacada por José Contel (2008). Por lo anterior, el Templo Mayor de Tenochtitlan estaría compuesto por una gran pirámide doble, con dos “capillas” en su cúspide: una del lado sur, dedicada a Huitzilopochtli, y otra del lado norte, dedicada a Tláloc.
Ahora bien, conviene detenernos sobre la antigüedad de este dios en el Centro de México. Un hallazgo reciente en el sitio de La Laguna (Tlaxcala) es un fragmento de una máscara o de un incensario que representa el dios de la tormenta, antecedente del Preclásico (600-400 a.C.) de Tláloc (Carballo, 2007). Se encontraron en el sitio de Tlapacoya, también del Preclásico (en la Cuenca de México), botellones antropomorfos de cerámica que podrían ser los prototipos de las famosas ollas Tláloc que aparecieron en Teotihuacan. La gran difusión hasta el Posclásico de este tipo de ollas a lo largo y ancho
de Mesoamérica ha sido estudiada por Leonardo López Luján (2006, I, pp. 140-143). Esos recipientes han sido hallados en los grandes sitios del México central como Teotihuacan, Tula y Xochicalco, pero también en lugares donde había manantiales, como Chapultepec, y en la cumbre de importantes montañas como el Cerro Tláloc, destacado santuario dedicado a esta deidad.

LA ICONOGRAFÍA DE TLÁLOC
Además de las numerosas ollas Tláloc mencionadas, el dios de la lluvia fue representado en Mesoamérica también en pinturas murales (por ejemplo en Teotihuacan, en esculturas, en bajorrelieves y en códices. Los círculos alrededor de los ojos y los grandes colmillos constituyen rasgos característicos de Tláloc. A partir del estudio de una estatua que se conserva en la colección Uhde en Berlín, Eduard Seler (1963) demostró que esos motivos se originaron a partir de dos serpientes enroscadas
–que formaron los círculos de los ojos– cuyas fauces encontradas crearon la boca de Tláloc. En los códices, su cuerpo está pintado de negro, de amarillo o de verde, lleva atavíos de papel salpicado de hule y su tocado se compone de ojos estelares, así como de plumas de quetzal y de garza. Tláloc ostenta muchos atavíos de jade –del cual se decía que era “el cuerpo de los tlaloque”–, símbolo del agua, como orejeras, collar, y también lleva un pectoral de oro. Entre los elementos que carga el dios destaca un palo serpentiforme, a menudo pintado de azul, que representa al rayo.



TLÁLOC EN EL TAJÍN, VERACRUZ
Sara Ladrón de Guevara

Los atavíos de las deidades de la lluvia de la costa del Golfo, como las anteojeras redondas y las fauces dentadas, son similares a las de los dioses de la lluvia venerados en el Centro de México. Tláloc. Castillo de Teayo, Veracruz. Cultura huasteca. Posclásico Tardío. Museo de Antropología de Xalapa. Museo de Antropología de Xalapa. Fotos: Rafael Doniz / Raíces
Los elementos que forman parte de la parafernalia de la deidad de la lluvia del Centro de México aparecen con claridad en diversas representaciones de la época prehispánica encontradas a lo largo de la costa del Golfo.
Al norte, en la Huasteca y durante el Posclásico, su representación es elocuente e inequívoca: en el bajorrelieve de Castillo de Teayo, Veracruz, lleva anteojera redonda y fauces dentadas, y sostiene en una mano la planta de maíz. Frente a él se ve a su consorte, quien también sostiene una planta de maíz y lleva la típica nariguera con forma de mariposa y falda de joyeles de Chalchiuhtlicue. En otra representación procedente de San José Tuxpan, Veracruz, Tláloc aparece representado de tal manera que no cabe duda que se trata del dios reverenciado por los aztecas.
Pero aun en tiempos más tempranos, en representaciones de sitios que florecieron durante el Clásico en la costa del Golfo, lo mismo en el centro que en el sur de Veracruz, se pueden distinguir al menos algunos de los atributos de esta deidad. En los murales de Las Higueras se ha reconocido a un personaje de anteojeras redondas y enormes colmillos, y en El Zapotal se ve un personaje en cerámica que porta las típicas anteojeras, pero ya que obviamente se trata de un ser humano, ha sido identificado como un sacerdote ataviado como la deidad.

EL TAJÍN
Revisaremos aquí el amplio corpus plástico de El Tajín, sitio floreciente durante el Epiclásico, en el norte de Veracruz, que nos permite reconocer la semejanza del discurso estético y cosmológico de este sitio, y de la costa del Golfo en general, con el resto de Mesoamérica. El panteón de El Tajín presenta características iconográficas que se asocian con claridad con el del Centro de México y también con algunos elementos del panteón maya.
A pesar de que desde las exploraciones de don José García Payón, hacia los cuarenta del siglo XX, se sugirió que el sitio estaba dedicado al dios Huracán, presente entre las culturas del Circuncaribe y la maya, la revisión cuidadosa de las imágenes plasmadas tanto en escultura como en pintura permiten reconocer más bien a deidades que son más comunes en el ámbito mesoamericano. Además, hay que considerar que la región de El Tajín presenta una incidencia de huracanes extremadamente menor a la de las regiones mencionadas, donde fue objeto de culto.
Los dioses de El Tajín se asemejan a los del Centro de México, como Mictlantecuhtli, Quetzalcóatl o Tláloc, o la deidad ave-hombre del área maya. Tláloc, por ejemplo, puede reconocerse en El Tajín por sus características anteojeras redondas y su boca dentada, típicas en representaciones del altiplano, lo cual es recurrente –como hemos mencionado– en otros sitios de la costa del Golfo desde la Huasteca, en el norte, hasta La Mixtequilla, en el sur. Las similitudes gráficas de sus atributos manifiestan sin duda similitudes conceptuales de la deidad.




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