Cultura Olmeca



CULTURA OLMECA
El pueblo del jaguar
Hace más de 3000 años, entre 1200 y 400 a.C., en Mesoamérica ocurrieron el apogeo y la decadencia de la cultura olmeca, una de las grandes civilizaciones del México antiguo. Los olmecas, “los que habitan la tierra de hule”, fueron capaces de recoger y sintetizar las pautas culturales que por siglos se habían desarrollado en el área. Aun después de la caída de sus grandes centros, sus logros serían parte importante de la cultura mesoamericana.

Jaguar rampante. Tuxtla Chico,
Chiapas. Museo Regional.

Foto: Ignacio Guevara / Coordinación
Nacional de Museos y Exposiciones, INAH

Cultura madre
Entre las contribuciones que han llevado a considerar a la olmeca como la “cultura madre” de Mesoamérica se encuentran: los primeros edificios ceremoniales, construidos de acuerdo con un plan bien determinado; la estructura social, capaz de organizar grandes obras; el primer y bien definido estilo artístico, plasmado lo mismo en pequeños objetos que en colosales esculturas; el dominio de la talla de piedras de gran dureza; un ritual fundamental: el juego de pelota; así como el desarrollo de sistemas calendáricos y de escritura.
Máscara olmeca. Templo Mayor de Tenochtitlan. Museo del Templo Mayorr. Foto: M.A.P. / Raíces

Cronología
El término olmeca se utiliza para designar a una cultura arqueológica que tuvo su apogeo en el Preclásico Medio (1200-400 a.C.). El gran asentamiento olmeca más antiguo fue San Lorenzo, tras cuyo declive su lugar fue ocupado por La Venta, al que siguió Tres Zapotes. Las investigaciones recientes han demostrado que su desarrollo no se circunscribió a la llamada área nuclear y hasta han sugerido la posibilidad de que algunos aspectos característicos de lo olmeca hayan aparecido primero entre grupos de otras regiones, como Chiapas y Oaxaca.
Escultura olmeca. San José Mogote,
Oaxaca. Museo de Sitio.
Foto: Gerardo González Rul / Raíces

La zona metropolitana
Las húmedas tierras del sur de Veracruz y el oeste de Tabasco fueron el escenario en donde la cultura olmeca se expresó con mayor intensidad. La mayoría de la escultura monumental conocida –cabezas colosales, altares o tronos, estelas y otros monumentos esculpidos en piedra– fue encontrada en esa región. En un lapso de poco más de 800 años (entre 1200 y 400 a.C.), en este rico ambiente surgieron, se desarrollaron y finalmente decayeron los sitios olmecas más importantes que hoy en día se conocen, como San Lorenzo, Laguna de los Cerros, La Venta y Tres Zapotes. Aunque todavía no se conoce el número preciso de sitios arqueológicos del área, la densidad de población olmeca era bastante alta. La mayoría de las poblaciones se ubicaron en colinas bajas o mesetas, cerca de los ríos, lo que permitió el acceso inmediato a las fértiles tierras inundables.
Pectoral olmeca. La Encrucijada,
Tabasco. Museo Carlos Pellicer Cámara.
Foto: M.A.P. / Raíces 



Cetro olmeca. Ojoshal, Cárdenas, Tabasco. Serpentina. Museo Carlos Pellicer Cámara.
Foto: M.A.P. / Raíces
La expansión
Una de las características fundamentales de la sociedad olmeca es que fue capaz de trascender la llamada área nuclear, situada en la costa del golfo de México, para conformar el primer complejo cultural de alcance mesoamericano. Si bien hay diversas interpretaciones sobre las causas que dieron lugar a la distribución mesoamericana de la cultura olmeca, tal vez ésta fue producto de una amplia red de relaciones que incluía tanto contactos políticos entre las elites como el intercambio de una amplia gama de productos. Es posible que productos de las costas, como conchas marinas, plumas de aves tropicales, algodón y cacao, fueran intercambiados por serpentina, jade, obsidiana y otras rocas y minerales, todas materias primas utilizadas en la elaboración de bienes de prestigio. A la larga, tras una primera etapa de dispersión de elementos olmecas –como consecuencia del intercambio de bienes y materias primas–, se dio un proceso de establecimiento de enclaves para asegurar su adecuado flujo hacia la zona nuclear.

Una sociedad compleja
La olmeca fue una sociedad en la que la organización política y la cosmología alcanzaron una elaboración sin paralelo hasta entonces. El estilo olmeca se distingue por una serie de motivos simbólicos y otros rasgos estilísticos que, en su gran mayoría, reflejan la existencia de una organización política en la que el elemento central era la legitimación del gobierno por medio de su pertenencia al ámbito de lo divino.

Altar 4. La Venta, Tabasco. Parque-
Museo La Venta, Villahermosa, Tabasco.
Foto: M.A.P. / Raíces

La escultura monumental
Es tal la cantidad de escultura monumental en el área del golfo, que se puede señalar que allí se originó esa práctica cultural. Hacia 900 a.C. era una tradición que se había extendido hacia otras áreas, en las que existían ejemplos de escultura monumental. Las llamadas cabezas colosales parecen ser exclusivas de la zona nuclear. Estos grandes monolitos, de los que se conocen 17, representaban a gobernantes con el suficiente poder para legitimar de modo tan espectacular su poder y proclamar su rango.
Monumento A. Tres Zapotes, Veracruz.
Museo Comunitario de Tres Zapotes.
Foto: M.A.P. / Raíces










CERROS SAGRADOS OLMECAS
MONTAÑAS EN LA COSMOVISIÓN MESOAMERICANA
David C. Grove




En la cima del volcán de San Martín Pajapan, Veracruz, fue encontrada esta escultura, que pesa más de una tonelada. Tanto la figura como la montaña fueron reverenciadas desde hace miles de años. Monumento 1. San Martín Pajapan. Museo de Atropología de Xalapa, Veracruz.
Foto: Rafael Doniz / Raíces
UNO DE LOS MÁS IMPORTANTES RASGOS DE LA COSMOVISIÓN MESOAMERICANA FUE CONSIDERAR COMO ENTES VIVOS LOS ELEMENTOS DEL PAISAJE: CUEVAS, BARRANCAS, MANANTIALES, ÁRBOLES Y MONTAÑAS, POR ESTAR HABITADOS POR IMPORTANTES ESPÍRITUS. DE TODOS LOS ACCIDENTES GEOGRÁFICOS, LAS MONTAÑAS SON LAS MÁS GRANDES E IMPONENTES: SON EL VÍNCULO FÍSICO ENTRE EL CIELO Y EL MUNDO SUPERIOR CON LA SUPERFICIE DE LA TIERRA Y EL INFRAMUNDO. EN EL SISTEMA DE CREENCIAS DE MESOAMÉRICA, LAS MONTAÑAS SON LUGARES MÍTICOS ORIGINARIOS, DONDE HABITAN LOS ANCESTROS Y RESIDEN LOS ESPÍRITUS ASOCIADOS A LA TIERRA, LA FERTILIDAD O LA LLUVIA.
Toda montaña, y hasta los cerros pequeños, tiene cualidades sagradas. Sin embargo, en cualquier paisaje regional ciertas montañas son consideradas más importantes por los habitantes, ya sea por sus características físicas o por su papel en las mitologías de la comunidad. Hubo peregrinaciones para venerar algunas montañas en particular, y a veces se les distinguió con altares o erigiendo monumentos labrados en piedra o alguna ofrenda especial. La categoría simbólica no se limita a las montañas reales, visibles en el paisaje natural, sino que fue práctica común, en la Mesoamérica prehispánica, integrarlas a los asentamientos por medio de la construcción de pirámides o “montañas artificiales”. En los registros arqueológicos hay ejemplos de representaciones de montañas a escala; uno de ellos son las efigies de volcanes en los patios de casas excavadas en Tetimpa, Puebla, del Preclásico Tardío, excavados por Gabriela Uruñuela y Patricia Plunket.
En Mesoamérica, las creencias respecto de las montañas y sus espíritus podrían remontarse, tal vez, a los periodos Paleoindio y Arcaico. La evidencia arqueológica irrefutable más temprana de veneración a las montañas proviene del Preclásico. En este artículo nos ocuparemos de tres tipos y escalas de montañas sagradas en el mundo olmeca: a) montañas naturales con restos arqueológicos que indican su importancia sagrada para los olmecas, b) “montañas artificiales” dentro de los asentamientos olmecas y c) esculturas labradas en piedra que podrían representar montañas sagradas. Nuestros ejemplos provienen de San Lorenzo, Veracruz; La Venta, Tabasco, y Chalcatzingo, Morelos, sitios del Preclásico, o de sitios cercanos a ellos.

LAS MONTAÑAS EN EL PAISAJE DE SAN LORENZO
En la región de San Lorenzo, Veracruz, el centro olmeca más importante entre 1150 y 850 a.C., se encuentran varios ejemplos del culto a las montañas. El sitio está situado en la cima de una gran meseta que se eleva 50 m sobre las riberas de la cuenca del río Coatzacoalcos. Aunque la mayoría de las montañas visibles desde la meseta de San Lorenzo son lejanas, existe evidencia arqueológica de que los olmecas realizaban peregrinaciones religiosas a dos de ellas.
Los Tuxtlas, 50 km al norte de San Lorenzo, es visible desde el sitio. En 1897, el topógrafo Ismael Loya descubrió una gran estatua en el volcán San Martín Pajapan, una de las cimas más prominentes de los Tuxtlas. Esa estatua, el Monumento 1 de San Martín Pajapan, es considerada hoy en día una de las obras maestras del arte olmeca y su presencia en esa montaña es una evidencia clara de que el volcán fue muy reverenciado por los olmecas, quienes se tomaron el trabajo de transportar la escultura de 1 200 kg hasta la cima.
El arqueólogo veracruzano Alfonso Medellín Zenil analizó la escultura en 1968 y descubrió que esta gran figura antropomorfa de piedra estuvo asentada en una pequeña plataforma rectangular. En las excavaciones en el interior de la plataforma se descubrieron tepalcates pertenecientes al Preclásico, el Clásico, el Posclásico y de la era moderna, así como cuentas de jadeíta y parafina y cera utilizados en rituales más recientes. En su artículo “El dios jaguar de San Martín” (1968), Medellín Zenil afirma: “Los indígenas popolucas y nahuas, pobladores del sistema montañoso de Los Tuxtlas, y sobre todo, los más próximos al cerro de San Martín [...] siempre supieron de la existencia de una escultura prehispánica a la que nombraban Chane, ‘el chaneque’ o nuestro ‘padre San Martín’[...] es algo que se respeta, se teme, se propicia y se venera”. Los restos arqueológicos de la plataforma en la cima de San Martín Pajapan demuestran que tanto la estatua como la montaña fueron reverenciadas desde hace miles de años. Medellín Zenil, preocupado por la conservación de la escultura, la trasladó hasta el Museo de Xalapa al terminar sus investigaciones.
Los Tuxtlas también fueron importantes para los olmecas por razones más mundanas: era de ahí de donde traían el basalto usado por los artesanos para hacer las numerosas esculturas exhibidas y veneradas en San Lorenzo, La Venta, Laguna de los Cerros y Tres Zapotes. Es muy probable que los artesanos supieran que labraban material sagrado, puesto que lo traían de esas distantes montañas.
Hacia el sur de la meseta de San Lorenzo el paisaje parece estar formado, en su mayoría, por un extenso laberinto de llanuras anegadas. Sin embargo, se distinguen varias elevaciones en lo que de otra manera sería un terreno plano, como el Cerro Manatí, cuya importancia sagrada se demostró tras los descubrimientos hechos por los arqueólogos María del Carmen Rodríguez y Ponciano Ortiz Ceballos. Estos investigadores excavaron varios restos de ofrendas de rituales olmecas en la base del cerro, donde encontraron hachas de piedra verde, bolas de hule y sorprendentes bustos antropomorfos labrados en madera. Las ofrendas se colocaban en un antiguo manantial, tal vez durante las peregrinaciones de los olmecas de San Lorenzo Tenochtitlán y otros centros de la región al Cerro Manatí.
De acuerdo con la arqueóloga Ann Cyphers, la meseta de San Lorenzo, que es la mayor elevación del área, tal vez fue también una montaña sagrada; así pues, los olmecas de San Lorenzo vivían sobre una montaña sagrada y ésta fue parte integral de la comunidad. Conforme el asentamiento olmeca crecía y se desarrollaba, a lo largo de los siglos, la meseta fue reconstruida y remodelada. San Lorenzo fue un gran centro ceremonial y se exhibían allí más de 100 monumentos labrados en piedra. Es muy probable que la gente de otras comunidades de la región hiciera peregrinaciones hasta la meseta para participar en los rituales o para contemplar y honrar las esculturas de piedra.

LA VENTA Y LA “MONTAÑA ARTIFICIAL”
La Venta, en Tabasco, fue un centro olmeca que floreció entre 900 y 500 a.C., tras la decadencia de San Lorenzo. Este centro y sus construcciones se irguieron a lo largo de la ribera de una “isla” baja, que sobresale apenas 12 m sobre los pantanos que la rodean. Como se encuentra en una planicie costera no es visible ninguna montaña natural en el horizonte; sin embargo, en La Venta se realizó una construcción que representa una gran pirámide de tierra de 30 m de altura y 120 m de diámetro aproximadamente (fig. 3). Es una de las pirámides más antiguas de Mesoamérica y fue parte integral del centro ceremonial de La Venta.
Muchas pirámides del Clásico y el Posclásico mesoamericanos se identifican claramente como montañas por los elementos iconográficos que las adornan. Ejemplos de lo anterior son las cabezas de serpiente del Templo Mayor (el coatépetl) y las “caras de la montaña” (witz) de las pirámides mayas. Las cuatro grandes estelas de La Venta –monumentos 25/26, 27, 88 y 89–, erigidas en la base sur de la pirámide, muestran una cara sobrenatural semejante; a mi parecer, estas “caras de montañas” son el equivalente olmeca de los símbolos witz de las pirámides mayas. Estas enormes caras indican que la pirámide es una montaña, y nos muestran que la pirámide-montaña tiene los mismos atributos sobrenaturales, cualidades y espíritus invisibles que una montaña natural.

CHALCATZINGO, DONDE EL ARTE NOS REVELA LO INVISIBLE
Algunas de las cualidades implícitas e invisibles de las montañas sagradas son visibles en Chalcatzingo, Morelos, en el altiplano central de México, 500 km al oeste de La Venta. En el paisaje de la zona arqueológica de Chalcatzingo sobresalen dos montañas gemelas: el Cerro Chalcatzingo y el Cerro Delgado. Visualmente, las dos montañas evocan una imagen sagrada, pues las separa una hendidura en forma de V. La hendidura es un icono muy significativo en el arte olmeca, pues representa un umbral hacia el interior de la tierra y permite la comunicación con las fuerzas y espíritus del inframundo. De manera similar, los dos cerros constituyen una “montaña dividida”, una montaña sagrada asociada al lugar donde se origina el maíz, de acuerdo con las posteriores mitologías de mayas y nahuas. Así pues, la aldea del Preclásico, al pie de las dos montañas, se localizaba en un lugar muy sagrado.
Chalcatzingo fue habitado por primera vez en 1400 a.C., y al cabo de algunos siglos se convirtió en uno de los principales centros del Preclásico en el altiplano. El lugar llegó a su apogeo entre 700 y 500 a.C., cuando también La Venta alcanzaba su cenit. Los datos arqueológicos muestran que hubo interacción entre las elites de ambos centros, y también sabemos que hubo contacto porque en Chalcatzingo se hicieron monumentos de piedra con el estilo olmeca de La Venta. Hasta hoy se han documentado en Chalcatzingo 37 piedras labradas y hay, además, evidencias de que desde el Preclásico, y hasta épocas posteriores, se hicieron peregrinaciones a Chalcatzingo para visitar sus monumentos de piedra.
Seis de los monumentos son bajorrelieves labrados en las paredes rocosas de lo alto del Cerro Chalcatzingo. Están colocados en grupo, junto a una pequeña barranca por donde escurre el agua de lluvia; estos seis relieves tienen iconografía relacionada con la lluvia y la fertilidad agrícola. Cinco son pequeños y muestran criaturas semejantes a lagartos, bajo nubes desde donde gotea lluvia. Debajo de tres de estos pequeños animales hay plantas de calabaza en flor. El sexto bajorrelieve, el Monumento 1, es grande (mide casi 3 por 3 m) y es un ejemplo raro en el arte mesoamericano, pues ciertas cualidades sagradas invisibles de la montaña son reveladas en la imagen labrada sobre la montaña misma. El relieve conocido coloquialmente como “el Rey” representa a un personaje sentado en un nicho con forma de C. El nicho está formado por un motivo de montaña que es también la cara estilizada de una serpiente; la boca abierta del animal representa una cueva en la montaña. De la boca de la cueva salen grandes volutas y arriba de la cueva hay nubes desde las cuales caen gotas de lluvia. Es importante que el tocado y el vestido de “el Rey” también estén decorados con gotas de lluvia. El simbolismo de lluvia emanado de este magnífico relieve es obvio. Más aún, el personaje antropomorfo asociado directamente a la lluvia y la montaña es parecido a deidades del Posclásico como Tepeyóllotl, “corazón de la montaña”, y Tláloc.
Algunos rasgos iconográficos del Monumento 1, como el glifo montaña-cueva, indican que el motivo se refiere específicamente al Cerro Chalcatzingo, no a cualquier otra montaña. El gran bajorrelieve nos indica así algunos de los rasgos invisibles del Cerro Chalcatzingo: informaba a los peregrinos y otros observadores que los espíritus antropomorfos, tal vez ancestros, habitaban dentro del cerro y que los espíritus de esta montaña en particular proporcionaban la lluvia, lo que generaba la prosperidad agrícola de los chalcatzincas del Preclásico y del resto de la región.
Además, en la aldea del Preclásico Medio en Chalcatzingo había un elemento arquitectónico relevante, una plataforma de tierra de 70 m de largo y 7 de altura. Aunque el montículo es rectangular y no piramidal, los pueblos de Chalcatzingo lo consideraron una representación de la montaña sagrada. Sabemos esto porque sobre ella se colocó el Monumento 9, una representación de 180 cm de altura de una “cara de montaña”, que es una representación frontal de la serpiente-cueva-montaña que vemos de perfil en el Monumento 1, y la cara representa nuevamente al Cerro Chalcatzingo. De esta manera, los rituales podían llevarse cabo tanto en el Cerro Chalcatzingo como en la plataforma, con una diferencia relevante: la boca de la cara del Monumento 9 está abierta y es hueca, lo cual permite la entrada y salida de personas u objetos durante dichos rituales. Fue así como los participantes de los rituales construyeron una contraparte del Cerro Chalcatzingo por la que podía entrarse simbólicamente a la montaña a través de la boca, ya que en ese cerro no hay una cueva con esas características.

MONTAÑAS EN MINIATURA
Tanto el volcán de San Martín Pajapan como el Cerro Chalcatzingo son montañas naturales, cuya importancia sagrada queda demostrada por sus monumentos. En menor escala, los montículos de tierra construidos en La Venta y Chalcatzingo también representan montañas, y su naturaleza se reafirma en cada caso mediante la exhibición en ellas de monumentos con representaciones de “caras de montaña”. Otras esculturas en piedra hechas por los olmecas comparten también el simbolismo de las montañas. En tiempos recientes, varios investigadores han propuesto que los grandes altares-trono de basalto podrían representar montañas. Cada una de esas esculturas rectangulares se caracteriza por tener un nicho o “cueva” frontal con un personaje sentado. El personaje sentado dentro de una cueva-montaña representada en dos dimensiones en el arte de Chalcatzingo se muestra en forma tridimensional en los altares-trono de San Lorenzo, La Venta, Laguna de los Cerros y El Marquesillo. Al erigir estas grandes esculturas en sus centros políticos, las elites olmecas colocaron en un entorno más personal y a escala humana a la montaña, a las fuerzas y espíritus sobrenaturales asociados a ellas, así como a sus vínculos con los ancestros.



SURGIMIENTO Y DECADENCIA
DE SAN LORENZO, VERACRUZ

DEL OJOCHI AL NACASTE

Ann Cyphers
EL ENTORNO DE SAN LORENZO, FUENTE DE ABUNDANTES RECURSOS ALIMENTICIOS PARA SU CRECIENTE POBLACIÓN, FUE UNO DE LOS FACTORES QUE FACILITARON SU DESTACADO DESARROLLO SOCIOPOLÍTICO. ASIMISMO, LAS ESCULTURAS EN PIEDRA Y OTRAS CONSTRUCCIONES CONTRIBUYERON A LA COHESIÓN SOCIAL DE LA REGIÓN, PUES PERMITÍAN QUE LA GENTE CONTEMPLARA, ASIMILARA Y TRASMITIERA LOS CONCEPTOS COSMOLÓGICOS DE LA CULTURA OLMECA.
Mediante las escuturas monolíticas, los líderes olmecas hicieron tangibles para la sociedad los conceptos cosmológicos. Cabeza 10. San Lorenzo Tenochtitlán. Museo Comunitario de San Lorenzo Tenochtitlán, Texistepec, Veracruz.
Foto: Marco Antonio Pacheco / Raíces
San Lorenzo, Veracruz, al igual que muchas capitales antiguas y actuales del mundo, dominó un punto estratégico, lo que le permitió controlar la comunicación y el transporte terrestre y acuático. Antaño, esta temprana capital olmeca se extendió sobre una gran “isla” tropical, delimitada por ríos navegables y grandes llanuras de inundación en la cuenca baja del río Coatzacoalcos. Este entorno, fuente de abundantes recursos alimenticios para su creciente población, fue parte de los factores que facilitaron su destacado desarrollo sociopolítico.
La ocupación más antigua de San Lorenzo abarca dos fases: 1) la fase Ojochi, designada a partir del gran árbol conocido como ojoche (Brosimum alicastrum), que lamentablemente ya no existe pero hasta hace pocos años fue el ser viviente más antiguo del sitio; 2) y la fase Bajío. Desde estas fases, que van de 1500 a 1200 a.C., los fundadores buscaron un terreno elevado y seguro para construir sus viviendas y protegerse de las inundaciones anuales. En el lomerío bajo que cruza la isla en sentido norte-sur, los primeros olmecas fundaron en un punto alto y céntrico una aldea importante, San Lorenzo, la cual llegó a tener entre 100 y 200 habitantes antes de 1200 a.C. La región en que se hizo el re-conocimiento de superficie, que abarca 400 km2, contaba con pocos habitantes, entre 426 y 1 017 personas.
Por ese tiempo los olmecas emprendieron la construcción de montículos bajos en las grandes llanuras húmedas alrededor del sitio, con el propósito de explotar intensivamente los recursos. En cada uno de los 47 montículos bajos, que llamamos islotes, se llevaban a cabo actividades como la pesca, la caza, la recolección y la agricultura de inundación o recesión. El control exclusivo por parte de las familias fundadoras de los recursos de las llanuras mediante los islotes, pudo ser uno de los detonantes de la complejidad social. La temprana coordinación de la mano de obra para crear islotes quizá haya tenido un trasfondo cosmo-lógico, pues las “islas”–las pequeñas islas-islotes dentro de una isla de mayor tamaño– recuerdan uno de los conceptos cosmológicos más duraderos de Mesoamérica, el del “cerro sagrado”, que se concibe como un cerro rodeado por agua.
Entre 1200 y 850 a.C., se disparó el crecimiento poblacional y se intensificaron las actividades productivas y de subsistencia, con un progresivo interés en el cultivo de maíz. Una de las más notables actividades constructivas fue la modificación del terreno donde se encuentra San Lorenzo. Mediante millones de metros cúbicos de rellenos sedimentarios se le dio una nueva forma al sitio y se crearon distintos niveles de terrazas habitacionales alrededor de la cima de la loma. Este magno esfuerzo es testimonio de una planificación que no tiene paralelo en otros sitios de la misma época.



LA JADEÍTA Y LA COSMOVISIÓN DE LOS OLMECAS
Karl Taube
LOS OLMECAS SE DISTINGUIERON COMO EXPERTOS TALLADORES DE JADE EN CUENTAS, FIGURILLAS Y HACHAS, ESTAS ÚLTIMAS ESTRECHAMENTE RELACIONADAS CON EL SIMBOLISMO DEL MAÍZ Y LA FERTILIDAD AGRÍCOLA. ESTA IMPORTANCIA SIMBÓLICA –COMO EN EL CASO DE LAS HACHAS FINAMENTE LABRADAS EN EUROPA DURANTE EL NEOLÍTICO– DERIVA EN PARTE DEL HECHO DE QUE SE USARAN PARA DESBROZAR LA MALEZA Y PREPARAR LOS TERRENOS PARA EL CULTIVO.
El dios olmeca del maíz normalmente muestra una hendidura en la cabeza de la que surge una mazorca. Hacha de jadeíta, Arroyo Pesquero, Veracruz. Museo de Antropología de Xalapa, Veracruz.
Foto: Rafael Donis / Raíces
Un rasgo distintivo de los olmecas fue su gran aprecio por el jade, que trabajaron con un grado notable de destreza y perfección. A pesar de ser una piedra muy dura y densa, el jade fue labrado y pulido por los olmecas hasta adquirir el brillo de un espejo. El jade preferido por los olmecas, y por todos los pueblos mesoamericanos posteriores, no fue el jade nefrita de los antiguos chinos, sino la jadeíta. La jadeíta, comparada con el jade nefrita, es mucho más dura y con tonos más variados y brillantes que incluyen el verde esmeralda brillante, el amarillo e incluso el morado. Tal vez el jade más apreciado por los olmecas fue el verde esmeralda translúcido, piedra que los aztecas posteriormente llamaron quetzalitzli, término que se refiere tanto a su semejanza en color con las plumas de quetzal como a su transparencia semejante a la de la obsidiana, itzli. También gustaban particularmente de la jadeíta verde mar o azul turquesa, que con frecuencia ahuecaban o labraban hasta obtener puntas y bordes para que fuera aún más transparente. Aunque el debate acerca del origen del jade ha dado lugar a las más diversas especulaciones y discusiones, reconocimientos en campo recientes han mostrado que el origen del material se encuentra en la parte central de la región del valle de Motagua, en el oriente de Guatemala. Hasta donde conocemos, esa región sigue siendo la única fuente de jadeíta en Mesoamérica.

HACHAS DE JADE
Las excavaciones dirigidas por los arqueólogos Ponciano Ortiz y María del Carmen Rodríguez en el manantial de El Manatí, Veracruz, han mostrado que el jade se encuentra en la región olmeca en fechas tan tempranas como 1500 a.C. Ahí se localizaron, en el contexto de la fase olmeca Ojochi, hachas bellamente labradas y un collar con cuentas de jade translúcido azul verdoso. Aunque objetos presuntamente hechos de jade se representaron como joyería en monumentos olmecas tempranos de San Lorenzo (ca. 1150-900 a.C.), el jade es escaso en este sitio. El jade finamente trabajado no aparece en abundancia sino hasta el Preclásico Medio, en el sitio olmeca de La Venta (ca. 900-500 a.C.). Una de las formas más comunes del trabajo en jade son las hachas con forma de pétalos; es decir, elegantes hachas que parecen pétalos de flores por su diseño, con el filo en el lado más ancho. Es verosímil que estas hachas de jade pulido fueran la forma usual para comerciar e intercambiar el jade; así podían verse el color, las fisuras y otras marcas en la superficie pulida y también podía apreciarse de inmediato su transparencia en los delgados bordes de las navajas. A partir de estas hachas se podían labrar estatuas y joyas, incluidos pendientes ahuecados con forma de concha o las curiosas “cucharas” olmecas, que se hacían cortando sobre el eje longitudinal de las hachas. Este trabajo de lapidaria fue extremadamente laborioso y es evidente que el valor de las piezas derivaba en gran medida de la habilidad y esfuerzo invertidos en su elaboración.
Entre los olmecas, las hachas de jade estuvieron estrechamente relacionadas con el simbolismo del maíz y la fertilidad agrícola. Esta importancia simbólica, como en el caso de las hachas finamente labradas en Europa durante el Neolítico, deriva en parte del hecho de que se usaran para desbrozar la maleza y preparar los terrenos para el cultivo. Mientras que en la antigua Europa se cultivaba trigo y cebada, el principal cultivo de los los olmecas del Preclásico Medio fue el maíz, planta cuya mazorca se asemeja a la forma y el color de las hachas de jade. Un grupo de hachas de jade con incisiones, atribuidas al sitio olmeca de Arroyo Pesquero, muestra imágenes del dios olmeca del maíz; si bien esta deidad tiene muchas formas, el dios olmeca como maíz maduro normalmente muestra una hendidura en la cabeza de la que surge una mazorca. Toda la cabeza del dios del maíz simboliza una grano de maíz con la mazorca surgiendo del centro de la planta verde. En un gran número de hachas incisas, el dios olmeca del maíz aparece rodeado por cuatro mazorcas en forma de hacha en las orillas. Como ya lo ha señalado Frank Kent Reilly, esta composición recrea el cosmograma olmeca formado por una barra y cuatro puntos; el dios del maíz constituye la barra central vertical, como eje del axis mundi. El dios olmeca del maíz al centro de un cosmograma de cuatro esquinas se relaciona tal vez con la muy difundida metáfora del mundo creado y ordenado a la manera de una milpa con cuatro lados.
En un monumento de La Merced, Veracruz, se ve al dios maíz con los cuatro elementos y la barra central sobre la cara, lo cual podría ser la personificación de toda la superficie de la Tierra. Un dios olmeca del maíz que corona una estatuilla de jadeíta de la colección de Dumbarton Oaks, en Washington, D.C., muestra en la parte posterior una versión del cosmograma de la barra y los cuatro puntos nuevamente en alusión al mundo con cuatro esquinas. Este cosmograma también aparece en los mosaicos llamados “mascarones” de la Venta, Tabasco, los que cubren enormes cantidades de serpentina en bruto, una piedra verde más suave asociada al jade en el pensamiento olmeca.

DEPÓSITOS DE HACHAS
Cuando se representa al dios olmeca del maíz con la barra y los cuatro puntos, los elementos con forma de hacha aparecen en las esquinas de la composición. Sin embargo, en lo que se refiere a los depósitos de hachas de estilo olmeca, suelen colocarse sobre los puntos cardinales, no entre ellos, para formar una cruz. Además de estos depósitos del Preclásico Medio en La Venta, se conocen otros depósitos, más o menos contemporáneos, en la zona maya, en Ceibal, Guatemala, y San Isidro, Chiapas. En las excavaciones que dirigió recientemente Francisco Estrada-Belli en Cival, un sitio del norte del Petén, en Guatemala, se descubrió un muy complejo depósito de hachas de jade del Preclásico Medio, con cinco hachas de jade colocadas verticalmente en un pozo cruciforme. Además de las cuatro hachas colocadas en los brazos de la cruz había un hacha colocada en un hueco más hondo al centro. Esta hacha del centro es de un jade particularmente fino y translúcido, azul verdoso, y estaba acompañada por muchos guijarros de jade aluvial procedente de la región del valle de Motagua. Estos guijarros de río aluden al agua, de la misma manera que lo hace su propio color azul verdoso. El depósito tenía una alusión aún más directa al agua: contenía cinco grandes ollas de barro que fueron colocadas sobre la ofrenda de jade antes de enterrarla. Resulta claro que las ollas y el simbolismo de los rumbos se relacionan con el bien conocido complejo mesoamericano de dioses pluviales en cada rumbo, que incluye a los chaaks mayas, los cocijos zapotecos y los tlaloques del Centro de México. Aunque las hachas se relacionan con los relámpagos y la lluvia en muchas culturas mesoamericanas posteriores, entre los olmecas este símil no ha podido establecerse aún.
En los depósitos de estilo olmeca del Preclásico Medio las hachas están casi siempre colocadas verticalmente, con los bordes filosos hacia arriba. Su forma y posición son muy semejantes a las de las estelas en miniatura y James Porter ha anotado que tanto las estelas olmecas como las mayas posteriores parecen hachas enormes. De hecho, las estelas de piedra verde de La Venta en las que aparece el dios olmeca del maíz parecerían versiones monumentales de las hachas de jade y serpentina en las que aparece la imagen del mismo dios. El famoso conjunto de estatuillas de La Venta conocido como Ofrenda 4 se encuentra de pie ante estelas miniatura, hechas con mitades de hachas de jadeíta cortadas por su eje longitudinal. Es notable que dos de las estelas fueran hechas de las mitades de una sola hacha, que originalmente tuvo la imagen de una figura olmeca voladora. Tanto los olmecas como los mayas del Clásico usaron placas de jade en forma de hacha colgando de sus ceñidores; un ejemplo de esto entre los olmecas se ve en las deidades voladoras de la Estela 2 de La Venta. A diferencia de los mayas del Clásico, que las colgaban en grupos de tres, entre los olmecas estas hachas en los ceñidores se utilizaban individualmente. Un hacha de jade olmeca muy fina, usada como colgante, que muestra a una mujer ricamente ataviada, se asemeja claramente a una estela en bajorrelieve. Lo mismo puede decirse de muchas hachas colgantes incisas usadas por los mayas del Clásico Temprano, como la muy conocida Placa de Leiden.

EL JADE Y LA REPRESENTACIÓN DEL ALIENTO
Debido a su cercanía tanto con la región olmeca como con los yacimientos de jade de Motagua, no sorprende que los mayas del Clásico atribuyeran al jade el mismo simbolismo que los olmecas. Un rasgo común es la representación del aliento como un elemento parecido a una cuenta delante de la nariz, que denota la respiración del alma en los seres vivos. Las estatuillas olmecas de jadeíta y serpentina suelen tener pequeñas perforaciones en el tabique nasal, laborioso trabajo que tal vez sirvió para dotar ritualmente de aliento y de vida al objeto terminado. Aunque estas cuentas-aliento son muy raras en el arte del Centro de México durante el Clásico y el Posclásico, los aztecas mencionan que el jade exhala aliento húmedo, como se anota en el libro XI del Códice Florentino: “…estas piedras siempre echan de sí una exhalación fresca y húmeda, y donde esto está, cavan y hallan las piedras en que se crían estos chalchihuites [jades]”.
Para los mayas del Clásico las orejeras se relacionaban especialmente con el aliento y, al igual que las flores, aparecían con frecuencia como elemento de aliento antes del rostro. En el arte antiguo maya, el motivo de un par de volutas simétricas que se desenredan hacia afuera, generalmente desde las flores, indica aliento dulce, como el emanado por las flores. Este elemento puede encontrarse en épocas aún más tempranas en las representaciones de estilo olmeca de Chalcatzingo, Morelos, donde una especie de cocodrilo exhala una nube desde un par de volutas de aliento (fig. 7c). Estas volutas aparecen en un par de orejeras incisas de jade de La Venta, con elementos redondos que representan una flor. Las flores que respiran se encuentran también en un hacha de serpentina estilo olmeca, presuntamente procedente de Chalcatzingo, donde vemos una planta florecida. Los elementos florales de La Venta representan el aliento de las orejeras de jade. El aliento de las orejeras fue, para los antiguos mesoamericanos, ciertamente húmedo, y aparece con gotas de lluvia y hasta con corrientes de agua. Los murales mayas de San Bartolo, Guatemala, del siglo i a.C., muestran gotas de lluvia cayendo desde orejeras, y en el Clásico Tardío maya se elaboró una figurilla de estilo teotihuacano con orejeras donde la lluvia brota desde elementos curvos parecidos. Más aún, los murales de Tepantitla, en Teotihuacan, muestran a Tláloc con corrientes de agua que fluyen desde sus orejeras; y un par de orejeras de concha, más o menos de la misma época, procedentes de Uaxactún, Guatemala (fig. 8c), muestran a Tláloc en el centro, como origen de la lluvia y el agua. Volvemos a ver este elemento, donde caen gotas de lluvia, en figurillas de Veracruz estilo Nopiloa, del Clásico Tardío.
Un elemento presente casi siempre en las orejeras mayas del Clásico es el tubo de jade que termina con una cuenta, y puede rastrearse hasta los antiguos olmecas. Desde tiempos de los olmecas y hasta los aztecas del Posclásico Tardío, este tubo y cuenta sirvieron como el símbolo más elemental de la lluvia. El Monumento 1 de Chalcatzingo es un magnífico ejemplo, pues la lluvia que cae aparece tanto en el tocado de la figura central como en el trasfondo; con las gotas que caen hay también discos, casi de seguro orejeras. Juntos, estos dos elementos olmecas forman el conjunto orejeras, que simboliza el aliento y la emanación de lluvia. Como una piedra azul verdoso y translúcida, el jade tenía que ver con varios temas relacionados con el pensamiento olmeca: maíz, agua y viento/aire, lo que lo convierte en la duradera piedra de la vida y la belleza.



EL COMPLEJO A
LA VENTA, TABASCO
Rebecca B. González Lauck
EL COMPLEJO A DE LA VENTA REPRESENTA EL EJEMPLO MÁS ELABORADO DE UN RECINTO CEREMONIAL DE LA CIVILIZACIÓN OLMECA; REFLEJA SU ALTO GRADO DE ORGANIZACIÓN POLÍTICA, SOCIAL, ECONÓMICA, IDEOLÓGICA Y RELIGIOSA. LOS HALLAZGOS EN ESE CONJUNTO ARQUITECTÓNICO –ENTRE ELLOS CINCO OFRENDAS MASIVAS Y MÁS DE 30 OFRENDAS CON CERCA DE 3 000 OBJETOS– MARCARON LA HISTORIA DE LA ARQUEOLOGÍA OLMECA Y NUESTRA CONCEPCIÓN DE LO OLMECA EN EL SITIO POR CASI MEDIO SIGLO.
Entre 900-800 a.C. los olmecas colocaron bajo el edificio A-1-d del Complejo A la ofrenda masiva 4, compuesta por un mosaico con diseños abstractos formado por 500 bloques de serpentina trabajada finamente. Parque-Museo La Venta, Villahermosa, Tabasco. Foto: Marco Antonio Pacheco / Raíces
Desde hace más de medio siglo, el recinto ceremonial de la antigua ciudad olmeca en La Venta es conocido en la literatura arqueológica como Complejo A. Se trata del conjunto arquitectónico más ampliamente investigado y el más pequeño del sitio. En su última fase arquitectónica (700-600 a.C.) el Complejo A constaba de nueve plataformas construidas en su mayoría con tierra apisonada y dispuestas simétricamente –con una orientación de 8° al oeste– alrededor de dos pequeñas plazas o patios. Entre los hallazgos asociados a la arquitectura se encontraron cinco “ofrendas masivas”, únicas en el mundo prehispánico, y más de 30 ofrendas con cerca de 3 000 objetos –figurillas antropomorfas y zoomorfas, joyería, cinceles y hachas, entre otros– labrados en piedra verde y otros materiales, así como 15 esculturas de piedra.
Estos hallazgos marcaron ineludiblemente la historia de la arqueología olmeca y nuestra concepción de lo olmeca en La Venta por casi medio siglo. Este conjunto arquitectónico representa el ejemplo más elaborado de un recinto ceremonial de la civilización olmeca (1500-400 a. C.) y refleja el alto grado de organización política, social, económica, ideológica y religiosa de la civilización que lo creó. Hoy en día el visitante puede apreciar poco de ese impresionante recinto, debido a las severas alteraciones que experimentó entre 1950 y 1980.
En 1926, Frans Blom y Oliver La Farge, de la Universidad de Tulane, visitan La Venta y reportan una barda hecha de columnas de basalto y, dentro de ésta, una enorme escultura. Sin embargo, la mayor parte de la información sobre el Complejo A proviene de las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo entre 1942 y 1943 por Philip Dru-cker y Waldo Wedel, bajo la dirección de Matthew Stirling, del Instituto Smithsoniano, al igual que de las realizadas en 1955 bajo la dirección de Drucker, en colaboración con Robert Heizer y Robert Squier, de la Universidad de California en Berkeley.
Este conjunto arquitectónico –que abarcó alrededor de dos hectáreas– ocupa un lugar preeminente dentro de la ciudad por su cercanía al principal basamento piramidal (Complejo C). A la sombra de este gran edificio, el Complejo A fue construido a lo largo de cuatro siglos (1000-600 a.C.). Lo que se apreciaba en su última fase constructiva eran las dos pequeñas plazas mencionadas anteriormente. El patio sur, que colindaba con el Complejo C, albergaba tres plataformas (A-3, A-4 y A-5); dos de éstas eran de planta rectangular y estaban dispuestas paralelamente, y entre ambas –hacia el extremo norte y cerrando la plaza– se encontraba la tercera plataforma (A-3). Las plataformas A-4 y A-5 medían más de 85 m de largo, 16 m de ancho y más de 2 m de altura, mientras que el edificio A-3 tenía 32 m en su eje norte-sur, 24 m en su eje este-oeste y una altura de más de 2 m.



PRÁCTICAS MORTUORIAS OLMECAS
Enrique Nalda

Pendientes de jade con forma de colmillos de jaguar. Fueron parte de la ofrenda funeraria depositada en un sarcófago en el montículo A-2 de La Venta.Foto: Boris De Swan / Raíces
En el área nuclear olmeca se han registrado prácticas mortuorias en cuatro sitios: La Venta, en Tabasco; El Manatí, San Lorenzo y Loma del Zapote, en Veracruz.
El caso de La Venta es de 1942, cuando Matthew Stirling y Philip Drucker, pioneros de la arqueología olmeca, realizaban excavaciones en el montículo A-2 del centro ceremonial, durante su primera temporada de campo en el sitio. Ahí descubrieron una tumba cuyas paredes y techo constaban de columnas de basalto. En el piso de la tumba hallaron los restos óseos de dos sujetos en muy mal estado de conservación, recubiertos de pigmento rojo; en cada caso, los pocos fragmentos de hueso largo y un diente decidual fueron atribuidos a un individuo juvenil. Casi cuatro metros al sur de la tumba, Stirling y Drucker descubrieron lo que denominaron un sarcófago: una caja rectangular de piedra (282 cm de largo, 96 cm de ancho y 89 cm de altura) y su respectiva tapa. En la parte exterior, en uno de sus extremos, la caja tiene grabado el rostro de un jaguar o saurio. En el interior había objetos de jade (dos orejeras, una figurilla antropomorfa y dos pendientes), pero sin vestigio alguno de restos óseos; no obstante, los objetos mostraban un acomodo similar al que ocuparían en el cuerpo de un individuo.
El Manatí, al sur del estado de Veracruz y 20 km al sureste de San Lorenzo, es célebre por la singularidad de los hallazgos realizados por los arqueólogos Ponciano Ortiz y Ma. del Carmen Rodríguez. En lo que fue el lecho de un antiguo arroyo abastecido por un manantial al pie del cerro El Manatí, los investigadores localizaron ofrendas depositadas durante varios momentos a lo largo de 400 años. Para 1200 a.C., las ofrendas constaron de pelotas de hule, bustos de figuras humanas elaboradas en madera –cuyos rostros muestran el inconfundible estilo artístico olmeca (piezas únicas en el corpus escultórico de dicha cultura)– y también restos humanos de infantes posiblemente neonatos. Los cuerpos de los infantes mostraban distinto acomodo. En dos de ellos, los restos óseos se hallaron en correcta posición anatómica, propia de un individuo completo, mientras que en otros estaban disgregados, esto último posiblemente como resultado de la desarticulación intencional llevada a cabo por los olmecas. La presencia de restos humanos como parte de las ofrendas ha sido interpretada por quienes estudiaron el contexto como una posible evidencia de sacrificio ritual.
San Lorenzo es el centro regional olmeca más antiguo (1200-850 a.C.). En 1994, gracias al Proyecto Arqueológico San Lorenzo Tenochtitlán, dirigido por la arqueóloga Ann Cyphers, se localizó evidencia de un osario (depósito de varios individuos, no necesariamente completos, en el que predomina la desarticulación y dispersión de los segmentos corporales) cubierto por abundante cerámica y con al menos seis individuos. Las características biológicas de la muestra ósea sugieren una selección de individuos según su edad, pues sólo hay sujetos adultos, y quizás también por sexo, aunque esto último no pueda afirmarse, pues sólo en dos casos fue posible determinar que eran masculinos. Tras su muerte, los cuerpos fueron desarticulados, tarea que se realizó en otro lugar, donde también se habrían seleccionado las partes anatómicas que se colocaron en el osario. La ceremonia fue cuidadosamente preparada y ejecutada. Las implicaciones simbólicas y sociales de semejante ceremonia están en estudio por quien esto escribe.






LOS PRIMEROS PETROLEROS
Carl J. Wendt
LA EXPLORACIÓN, EXTRACCIÓN Y REFINACIÓN DEL PETRÓLEO SON ALGUNAS DE LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS MÁS RELEVANTES DEL MÉXICO ACTUAL; SUS RAÍCES SE REMONTAN A LOS OLMECAS, QUIENES FUERON “LOS PRIMEROS PETROLEROS”. SE SABE QUE UTLIZARON EL CHAPOPOTE PARA SELLAR ACUEDUCTOS Y EMBARCACIONES, COMO DECORACIÓN DE FIGURILLAS Y EN MANGOS DE CUCHILLOS, Y COMO MATERIAL DE CONSTRUCCIÓN.
Después de procesarlo, los olmecas guardaban los trozos de chapopote para posteriormente inter-cambiarlos o usarlos cuando fuera necesario. En una simulación del procesamiento del chapopote, se le calentó cuando estaba líquido y también semisólido, y además se mezcló con pasto, palmas y olotesFoto: Archivo Carl J. Wendt
Los olmecas fueron los primeros mesoamericanos en recoger y procesar el petróleo que brotaba de los yacimientos naturales (comúnmente llamado chapopote, asfalto o betún), así como en utilizarlo para la ornamentación y sellado, como pegamento y en otros usos aún desconocidos. Entre los olmecas, el chapopote era usado para sellar acueductos de basalto y las embarcaciones; como decoración de figurillas y en mangos de cuchillos; y como material de construcción, pues se utilizaba como recubrimiento de pisos, y tal vez de muros y techos.
Gran parte del comercio regional, la comunicación, el transporte y la subsistencia de los olmecas se hacía por vías acuáticas (Ortiz Pérez y Cyphers, 1997), y por ello era crucial que sus embarcaciones fueran eficientes; es por esto que el uso más importante del chapopote estaba relacionado con el sellado de las embarcaciones.

EL CHAPOPOTE
El chapopote es el remanente de ciertos aceites crudos luego de la eliminación de sus componentes volátiles; en términos químicos, es una mezcla de hidrocarbonos naturales complejos y elementos oxidantes. El chapopote brota espontáneamente de yacimientos ubicados en la planicie costera del Golfo de México o mar adentro. En la zona olmeca, los yacimientos de chapopote se concentran solamente en las zonas bajas del este, que incluyen los sitios de San Lorenzo, Veracruz, y La Venta, Tabasco. En estos lugares, el chapopote se recogía directamente de los yacimientos, de la superficie del agua de ríos y estanques, o bien como nódulos arrastrados por el mar hasta las playas.
Algunos hidrocarbonos del chapopote pueden utilizarse como biomarcadores moleculares y nos sirven como “huellas digitales” del material, al hacer la cromatografía de gas y la espectroscopía de masa (gc/ms, por sus siglas en inglés) (Guzmán Vega et al., 2001). Estos análisis de gc/ms de los yacimientos y el chapopote arqueológico de unos cuantos sitios olmecas (patrocinados por la Foundation for the Advancement of Mesoamerican Studies Inc., famsi) nos muestran que los olmecas recogían chapopote de diversos yacimientos locales bien diferenciados (Wendt y Shan Tan Lu, 2006). Análisis recientes muestran que las comunidades olmecas fueron parte de diferentes redes de abasto, lo cual refleja sistemas regionales complejos de intercambio e interacción. Sitios como San Lorenzo, por ejemplo, tienen chapopote arqueológico químicamente semejante, procedente de distintos yacimientos, lo cual indica la presencia de al menos tres redes de intercambio regionales diferentes. Estos patrones podrían indicar también cierto grado de autonomía en el abasto del chapopote, obtenido por particulares en los yacimientos para satisfacer necesidades personales o colectivas.



CHALCATZINGO, MORELOS
UN DISCURSO SOBRE PIEDRA 
Mario Córdova Tello, Carolina Meza Rodríguez
LOS ELEMENTOS ICONOGRÁFICOS PLASMADOS POR LOS OLMECAS EN LOS MONUMENTOS DE CHALCATZINGO –CONSIDERADOS COMO LOS ÚNICOS RELIEVES DEL PRECLÁSICO MEDIO EN EL ALTIPLANO CENTRAL– DESTACAN POR SU CONTENIDO RELIGIOSO Y SU CALIDAD ARTÍSTICA, Y HAY TRES VARIANTES: SOBRE LAS LADERAS DEL CERRO, COMO PARTE DE UN DISCURSO CONTINUO; EN ESTELAS ASOCIADAS A LA ARQUITECTURA TEMPRANA, Y EN REPRESENTACIONES EN ALTARES.
La forma y los elementos iconográficos del monumento 35 son semejantes a los de otras estelas olmecas. Destacan el marco, que representa la entrada al inframundo, y el diamante o rombo, que simboliza el agua y el fuego.Foto: Jorge Pérez De Lara / Raíces
Los monumentos de piedra de Chalcatzingo han sido estudiados por diversos autores. En 1932, cuando se descubrió el monumento llamado “el Rey”, el inah envió a la arqueóloga Eulalia Guzmán para verificar el hallazgo. La arqueóloga, además, realizó un reporte sobre cinco esculturas encontradas en el Cerro de la Cantera: los monumentos 1, 2, 6, 8 y 16, trabajo que fue publicado en 1934. Posteriormente, el sitio fue investigado y excavado por el arqueólogo Román Piña Chan en 1953, cuando realizó exploraciones mediante calas y pozos en el montículo A y en la plaza principal, en las que no se descubrió ningún nuevo monumento, ya que se realizaron en edificios del Clásico Tardío.
En “Sculptures and Rock Carvings at Chalcatzingo, Morelos”, en 1967, Carmen Cook de Leonard dio a conocer los relieves descubiertos hasta ese momento y analizó e interpretó los monumentos: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 8, 16 y 30. La autora planteó que pertenecen a la cultura olmeca, con excepción del monumento 30, que parece corresponder a un marcador de juego de pelota similar a los identificados en Teotihuacan.
En 1971, Carlo Gay publicó un catálogo sobre los relieves y pinturas rupestres registradas hasta ese entonces con el título de Chalcacingo, en el que propone que, durante un periodo considerable, los relieves y las pinturas constituyeron el eje y referencia esencial de la vida religiosa de los olmecas. También señala que Chalcatzingo era un sitio ceremonial muy distinto de los conocidos en el golfo de México, pero que guarda similitudes de estilo en las representaciones, por lo que puede afirmarse que se trata del mismo grupo cultural.
PROYECTOS EN EL SITIO
En 1972 surgió el Proyecto Chalcatzingo, una propuesta conjunta de la Universidad de Illinois y el inah, dirigido por los arqueólogos David Grove y Jorge Angulo, quienes realizaron trabajos en distintos sectores del sitio, que incluyeron el descubrimiento y la descripción de diferentes monumentos en piedra, que en algunos casos pueden considerarse como estelas o parte de altares. Después de cuatro años de investigación, los resultados se dieron a conocer en el libro Ancient Chalcatzingo, en el cual Angulo y Grove describen los monumentos conocidos hasta ese momento, y les otorgan una numeración según el orden en que fueron encontrados.



LOS OLMECAS EN CHIAPAS
Thomas A. Lee Whiting
HACE APROXIMADAMENTE 2 000 AÑOS CHIAPAS MANTUVO CON LOS OLMECAS DEL ISTMO DE TEHUANTEPEC RELACIONES, TAN VARIADAS COMO EXTENSAS, DE TIPO GENÉTICO, ECONÓMICO, POLÍTICO Y RELIGIOSO. ENTRE LOS EJEMPLOS QUE CONFIRMAN ESTO SE ENCUENTRAN LA ESCULTURA CHIAPANECA DE ESTILO OLMECA Y LOS PRODUCTOS NATURALES PROCEDENTES DEL ÁREA DE CHIAPAS –ILMENITA, MAGNETITA, ÁMBAR– QUE SE EXPORTABAN A LA ZONA OLMECA.

El hacha de Simojovel es muestra de que los olmecas llegaron a la frontera noroeste de Chiapas en busca de ámbar. Simojovel se ubica en la parte alta del río Tacotalpa, que corre hacia Villahermosa, Tabasco, y en cuyas riberas se asentaban poblaciones zoques.
Foto: Boris De Swan / Raíces
Para quienes creemos que la tradición cultural básica de Mesoamérica debió originarse en alguna parte de esta área y que fueron precisamente los habitantes del sur de Veracruz y el norte de Tabasco –área que tradicionalmente ha sido ocupada por la familia lingüística zoque-mixe– los protagonistas principales de la cultura olmeca, no resulta extraño que un área contigua como Chiapas tuviera múltiples y distintas interrelaciones con esa importante sociedad, que se desarrolló hace más de 2 000 años. En efecto, las relaciones entre el istmo de Tehuantepec y Chiapas en esa época fueron tan variadas como extensas, incluidas las genéticas, las económicas, las políticas y las religiosas.

RELACIONES GENÉTICAS
Para poder hablar del comienzo de las relaciones entre Veracruz-Tabasco y Chiapas hay que remontarse a un periodo anterior a la aparición de los olmecas. Así tendremos una mejor visión sobre la verdadera relación genética cultural entre ambas áreas. La relación genética no debe entenderse de manera biológica; a lo que quiero referirme es a una relación profunda, fundamental, relacionada con la tradición mokaya que apareció en la costa del Pacífico de Chiapas hacia 1800 a.C.
Los mokaya, “gente de maíz” en lengua mixe, fueron el primer grupo posterior al periodo Arcaico, caracterizado por la presencia de grupos nómadas, cazadores, pescadores y recolectores que derivaron en pueblos sedentarios. Esto significó el establecimiento de pequeños pueblos que ocupaban durante todo el año la orilla de los esteros; sus habitantes eran agricultores incipientes y practicaban la alfarería y la escultura en barro. En el periodo Arcaico los habitantes eran nómadas porque no tenían más que los recursos del bosque, el agua y los llanos para sobrevivir. Pasaban todo el día cazando y recolectando su comida y no tenían tiempo para desarrollar otros aspectos de su cultura.
Hace sólo 20 años decíamos que la transición de la vida nómada a la sedentaria era el resultado del comienzo de la agricultura. Ahora, después de igual número de años de investigación, se sabe que los mokaya se asentaron a lo largo de los esteros del Soconusco para aprovechar los grandes recursos animales de ese hábitat. Las excavaciones en los basureros de las casas-habitación mokaya muestran que los pobladores tenían una dieta fuerte en proteína y que consumían todo clase de peces, reptiles, aves, almejas, camarones, aves acuáticas, mamíferos chicos y grandes, provenientes tanto del estero como de tierra firme. En esos basureros se ha encontrado maíz y frijol, aunque en pocas cantidades, sin ninguno de los artefactos de moler, como el metate. La sociedad mokaya no era de agricultores consumados; eran cazadores, pescadores y recolectores, en un medio tan sobrepoblado de especies animales, que no tenían que cambiar frecuentemente de residencia, como lo hacían los nómadas del Arcaico, para sobrevivir.



LAS SOCIEDADES JERÁRQUICAS OAXAQUEÑAS Y EL INTERCAMBIO CON LOS OLMECAS
Kent V. Flannery y Joyce Marcus
LOS INTERCAMBIOS ENTRE LOS OLMECAS Y ALGUNOS SITIOS DE OAXACA, QUE INCLUYERON LA CIRCULACIÓN DE LAS IDEAS, SE DEBIERON AL INTERÉS DE ÉSTOS POR LAS SOCIEDADES FUERA DE ESA ZONA, Y A QUE LA IMPORTACIÓN DE BIENES CON VALOR RI-TUAL O DE PRESTIGIO FUE CADA VEZ MAYOR. ENTRE LOS BIENES QUE SE INTERCAMBIABAN ESTÁN CERÁMICA, OBSIDIANA, SERPENTINA, MAGNETITA, CONCHA Y ESPINAS DE MANTARRAYA.
Las representaciones de la Tierra en las vasijas de cerámica fueron muchas y complejas entre 1150 y 850 a.C.; en el valle de Oaxaca se localizó una vasija con una de esas representaciones. Sin embargo, la mayor diversidad ocurrió en Tlatilco y Tlapacoya, y no se encontraron en San Lorenzo, por lo que se infiere que son originarias de la provincia cerámica del altiplano. Vasija con representación de la Tierra. San José Mogote, Oaxaca.
Foto: Gerardo González Rul / Raíces
Entre 1500 y 1200 a.C. (1800-1300 a.C. si utilizamos fechas calibradas de carbono 14), se desarrollaron aldeas agrícolas en el centro y sur de México. De acuerdo con la cerámica elaborada en estas aldeas podemos hablar de dos grandes “provincias estilísticas”. La primera es la de las tierras altas y se caracteriza por la cerámica Rojo sobre Bayo; abarcó la Cuenca de México, los valles de Morelos, Puebla, Tehuacán, Huamelulpan, Nochixtlán y Oaxaca, así como la Cañada de Cuicatlán. La otra provincia es la de las tierras bajas y se distingue por los tecomates con engobe bicromo y decorados con las técnicas del acanalado y el hachurado cruzado; esta provincia abarcaba el sur de Veracruz, el occidente de Tabasco, la cuenca del río Grijalva y la costa de Chiapas. No sabemos qué lenguas se hablaban en esas zonas en aquel entonces, pero en épocas posteriores en las tierras altas se hablaron lenguas otomangues como otomí, mixteco, zapoteco y cuicateco; en la provincia de las tierras bajas se habló mixe, zoque y chiapaneco.
En el periodo 1500-1200 a.C., la mayoría de las aldeas del altiplano de Oaxaca tenían extensiones menores a las tres hectáreas; sólo en algunas ocasiones alcanzaron de siete a diez hectáreas. Las casas eran rectangulares, estaban hechas de bajareque y a veces encaladas. No se conocen templos, propiamente dichos, aunque en San José Mogote, en el valle de Oaxaca, hubo pequeños edificios públicos que, a nuestro parecer, fueron Casas de Varones, recintos rituales para los iniciados de sexo masculino. Estos edificios eran recubiertos de estuco blanco y estuvieron orientados 8 grados hacia el norte del este (tal vez para ver hacia el Sol naciente durante el equinoccio o en fechas próximas a éste).
Ni los edificios ni los entierros indican desigualdades sociales evidentes. Los habitantes de las tierras altas mostraron poco interés en comerciar con los de las tierras bajas, a no ser por el trueque de moluscos marinos usados como adornos.

EL HORIZONTE TEMPRANO
Entre 1200 y 1150 a.C. (1300 a.C. de acuerdo con fechas calibradas de carbono 14) todo cambia y comienza el periodo llamado Horizonte Temprano. Durante este periodo varias aldeas de Oaxaca crecieron aceleradamente, se dividieron en numerosos barrios y llegaron a cubrir hasta 70 ha; pertenecen a esta categoría los sitios de San José Mogote (donde excavamos nosotros), en el valle de Oaxaca, y Santa Cruz Tayata (excavado por Andrew Balkansky, de la Universidad del Sur de Illinois), en el valle de Huamelulpan. Ambos lugares se convirtieron en los centros dominantes de una sociedad con múltiples aldeas y estratificación hereditaria; lo mismo sucedió en otras partes del altiplano, donde las aldeas de Tlapacoya y Tlatilco, en la Cuenca de México, se convirtieron también en centros rectores. Las aldeas del valle de Tehuacán y de la Cañada de Cuicatlán, en cambio, siguieron conservando dimensiones pequeñas. Durante este periodo, el crecimiento de las aldeas y el desarrollo político fueron claramente disparejos.



Comentarios

  1. la Influencia y antiguedad de la cultura olmeca an resaltado mas a la vista en estos tiempos modernos y su aportacion a la investigacion arqueologica, dando a conocer otros etilos de via del pasado

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